La leyenda guaraní afirma que el colibrí revolotea de flor en flor para llevar a las almas de los que han partido hacia el Paraíso. Una variación de la misma afirma que cuando aparece un colibrí significa que el alma de los que amamos está en un buen lugar.
Hace poco más de veinticuatro horas, luego de un viaje adrenalínico por sus serpenteantes y verdes rutas, llegué a Brasil por cuarta vez. Fué inevitable pensar "es la primera vez en mi vida en que no llamaré a mamá para decirle que he llegado bien" Esa llamada mía era como el colibrí que ella esperaba para darle las buenas nuevas y la tranquilidad de que estaba en un buen sitio y en el mejor estado.
El complejo donde están nuestros apartamentos es de ensueño. De igual modo lo es la preciosa playa de Campeche, oculta graciosamente tras un pequeño paisaje antiguo.
"Sigue derecho hasta la iglesia que está enfrente- me dice Carlos en español pero con un canturreo portugués muy particular- y el caminito lateral te llevará hasta la playa...ehhh, ¿como decirlo?...
- Agreste..--lo ayudo en un español que se desencuentra con el portugués todo el tiempo-...Desierta.-
-¡Desierta!- dice Carlos- En esta zona no hay muchos restaurantes ni cafés.-
- Esa es la playa que quiero- respondo, aún sabiendo que añoraré pedir un café muy caliente en la playa del atardecer.-
Cruzo el espacio urbano pero también agreste que tiene a la antiquísima iglesia blanca y amarilla en lo alto de una pequeña meseta. Una multitud desborda la puerta mientras desde el interior provienen los cánticos que se superponen a la voz del cura. Hay coches estacionados por doquier y subo a la meseta para caminar por la calle empedrada en dirección del templo. Veo el caminito semiescondido tras un muro blanco y recuerdo que Yeli me ha contado sobre el pintoresco cementerio junto al mar. Un auto gris e imponente se atraviesa en mi camino y alcanzo a leer "Funeraria ..." en una de sus puertas. Veo a los deudos arracimándose tras el coche y un ataúd en su interior. La imagen me impresiona por el fuerte contraste con la otra muchedumbre entusiasta de la iglesia, los chicos que juegan en el patio y la presencia placentera de la playa más allá.
En el pasillo minúsculo recorro una amplia pared gris grafiteada y del otro lado, tras un alambrado, veo el tremendo cementerio de tumbas de mármol tapizadas con flores de papel, fotos y estatuas policromadas. El verde surge por todos lados en derredor de ellas pero cada una brilla impecablemente.
Y pienso en vos. Pienso en que hace poco más de cuatro meses viví lo mismo, que el cementerio fue mi lugar de tránsito, que te has vuelto cenizas. Invariablemente me inunda un nudo en la garganta y un peso en el estómago que me pone al borde del llanto. Estoy de vacaciones, el mar siempre significó placer y plenitud pero ahora los elementos se encaprichan en recordarme que te has ido.
El muro gris grafiteado se convierte en una pared verde donde unos abigarrados bambúes generan una música particular al soplar el viento entre ellos. Lo sigue una thrilia de verdes infinitos pero a mi derecha el cementerio sigue imponiendo su recuerdo de ausencias.
De repente, de la nada, imponente en su pequeñez y velocidad, un colibrí se cruza en mi camino, me obliga a detenerme en el camino solitario. picotea una flor, dos tres, se mantiene unos segundos delante de mí y desaparece paulatinamente. Al asombro de una respuesta tan concisa y oportuna le sigue una sonrisa de alivio.
"Soy yo, mi amorcito. Y no te preocupes que estoy bien!" creo escuchar tu voz tranquilizándome.
En ese instante río y lloro de alegría. Sé que están bien, vos, Mireya y todos los seres queridos que han partido. Sé que el dolor ha sido reemplazado por la belleza y que el sufrimiento ya no existe. Sé que soy dueño de una libertad largamente anhelada pero que también lo sos vos, libre de ese cuerpo lleno de dolor e incertezas.
La arena blanca asoma bajo mis pies en corredores increíblemente verdes bañados por el sonido de las mareas. Atravieso la duna, cruzo la puerta vegetal y allí está: el universo infinito entre el océano y el cielo azul que me invita a recorrerlo como Chihiro hacia su viaje de descubrimiento. Y sé que estás bien. Y sé que todo lo que ha sucedido ha sido lo que debía suceder. Y sé que estoy en paz y que todo me está invitando a vivir la vida en plenitud, aún con miedos y vacilaciones.
Entro al mar y lo abrazo como se abrazan las inasibles esperanzas de saber que una nueva vida ha comenzado. Y brindo por mi Nuevo Mundo, mucho más grande que la ficción.
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