Borrosa fotografía de la Nochebuena en Dudelange.
Hemos salido a caminar con Diego y Joáo para pasear a Lucky luego de que hayamos llegado desde Bruselas ayer nomás. Hace muchísimo frío y no hay nadie en las calles. El silencio es apenas quebrado por la presencia de esas luces en todos los rincones mientras las celebraciones transcurren dentro.
Dudelange es una pequeña ciudad cercana a la ciudad capital de Luxemburgo en el país del mismo nombre. Encantadora y recoleta, durante la mañana de Nochebuena sus vecinos recorren las calles haciendo compras diversas, saludándose tras las ventanas y en las esquinas y celebrando el encuentro de antemano con un espíritu alegre pero sereno. Hemos salido muy temprano para hacer muchas compras y durante la tarde Joáo ha trabajado intensamente preparando una cena exquisita a la que no le falta nada( pero NADA). Viajamos el domingo bajo una lluvia persistente por las hermosas rutas marcadas por pueblecitos antiguos de casas con características holandesas, extensiones inmensas de campos verdes y bosques profundos y centenares de molinos blancos que producen energía eólica y que aparecen como bellos e inquietantes gigantes en el paisaje opacado.
Dudelange nos recibe por la noche en el restaurante TERRA e MARE como ya me tiene acostumbrado esta geografía, con excelente comida y maravillosa música. Durante todo el día de Nochebuena descubro tanto esta pequeña y deliciosa ciudad de calles estrechas y ascendentes, colores intensos en sus frentes y, desde luego, una rica ornamentación navideña que lo invade todo. Al mediodía, Joao maneja hasta el centro de Luxemburgo, hermosísima ciudad capital con tanta historia como desarrollo moderno en sus calles y conozco algo de la historia de la Duquesa Carlota mientras disfruto de sus increíbles calles antiguas y vislumbro los jardines del palacio real. La parte moderna de Luxembourg es tan contrastante que asombra: universidades, museos, multicines e hipermercados construyen un mundo geométrico de vidrio y acero con múltiples explanadas, niveles y carriles impecables que pronto contrastan con el viejo paredón de la ciudad que pronto visitaremos; allí descubrimos puentecitos y caminos de piedra sobre un rio caudaloso que corre en medio del bosque y al cual podemos descender por una oscura escalera interior. La escalera termina en el espacio sombrío de lo que fue, posiblemente, una mazmorra desde la cual alguien añoró su libertad viendo al viejo sauce inclinarse sobre la corriente de agua.
El día de navidad es peculiar. Somos invitados a almorzar( y pasar todo el día) con la familia de Patricia y Donatto al norte de Luxembourg casi en el límite con Alemania. El pueblo es pequeño y encantador. Lo rodean amplias extensiones de campos escarchados, el frío es patente y crudo y la arquitectura, aunque contemporánea, tiene un dejo antiguo en sus callejuelas curvas que van rodeando esos campos seminevados hasta desembocar en la pequeña y oscura iglesia. La casa de ambos es la torre de Babel. Los idiomas se mezclan y busco auxilio en Diego que es mi único referente del español-argentino. Nadie me conoce pero me reciben como si me conocieran de hace años. La comida es abundante y variada aunque, a decir verdad, yo no puedo comer un solo bocado más. El día avanza y en la torre de Babel no tengo claro cuando partiremos de regreso a Dudelange. Como parte del trip, Joao debe llevar a uno de sus sobrinos a comprar un regalo tardío a un shopping extraordinariamente moderno que se halla en el corazón de uno de los barrios más extrañamente bellos que haya visto en mi vida: edificado en lo que fue una fábrica y conservando aquellos vestigios arquitectónicos, este barrio rodeado de desierto y bosquecillos, alberga una ciudad universitaria, el mencionado centro de compras y varios supermercados de abrumadora modernidad mientras en su centor asoman las viejas chimeneas y los techos de las naves industriales dándole un aire al mundo ciberpunk de Mad Max. Casi no puedo creerlo y mi cámara y mi teléfono se han quedado sin baterías. Quedo con Diego en volver al día siguiente. Pero no va a suceder.
La noche cae y emprendemos el regreso. El frío es intimidante. La escarcha brilla sobre los campos que glorifican el invierno europeo. Estoy a un paso de Alemania pero aún no es momento de conocerla. El coche arranca en medio de otros tantos que se despiden de un modo que me resulta familiar. Una nostalgia no buscada ni tampoco decisiva se instala momentos antes cuando experimentando con el gran smartv vemos el puente colgante de Santa Fe y escuchamos la radio de Luis Mino en el aire del norte de Europa. Las sensaciones son raras pero sigo sintiéndome cómodo en ese rincón del mundo donde nadie entiende una palabra de las que digo y yo tampoco entiendo pero el gesto y la mirada desolada y solidaria del otro nos ayudan a comunicarnos.
Así pasan la Nochebuena y la Navidad. Hay que dormir temprano porque se impone madrugar. Al día siguiente me espera un vuelo de Air France rumbo a París.
Ay, la ciudad luz a un paso....
Hemos salido a caminar con Diego y Joáo para pasear a Lucky luego de que hayamos llegado desde Bruselas ayer nomás. Hace muchísimo frío y no hay nadie en las calles. El silencio es apenas quebrado por la presencia de esas luces en todos los rincones mientras las celebraciones transcurren dentro.
Dudelange es una pequeña ciudad cercana a la ciudad capital de Luxemburgo en el país del mismo nombre. Encantadora y recoleta, durante la mañana de Nochebuena sus vecinos recorren las calles haciendo compras diversas, saludándose tras las ventanas y en las esquinas y celebrando el encuentro de antemano con un espíritu alegre pero sereno. Hemos salido muy temprano para hacer muchas compras y durante la tarde Joáo ha trabajado intensamente preparando una cena exquisita a la que no le falta nada( pero NADA). Viajamos el domingo bajo una lluvia persistente por las hermosas rutas marcadas por pueblecitos antiguos de casas con características holandesas, extensiones inmensas de campos verdes y bosques profundos y centenares de molinos blancos que producen energía eólica y que aparecen como bellos e inquietantes gigantes en el paisaje opacado.
Dudelange nos recibe por la noche en el restaurante TERRA e MARE como ya me tiene acostumbrado esta geografía, con excelente comida y maravillosa música. Durante todo el día de Nochebuena descubro tanto esta pequeña y deliciosa ciudad de calles estrechas y ascendentes, colores intensos en sus frentes y, desde luego, una rica ornamentación navideña que lo invade todo. Al mediodía, Joao maneja hasta el centro de Luxemburgo, hermosísima ciudad capital con tanta historia como desarrollo moderno en sus calles y conozco algo de la historia de la Duquesa Carlota mientras disfruto de sus increíbles calles antiguas y vislumbro los jardines del palacio real. La parte moderna de Luxembourg es tan contrastante que asombra: universidades, museos, multicines e hipermercados construyen un mundo geométrico de vidrio y acero con múltiples explanadas, niveles y carriles impecables que pronto contrastan con el viejo paredón de la ciudad que pronto visitaremos; allí descubrimos puentecitos y caminos de piedra sobre un rio caudaloso que corre en medio del bosque y al cual podemos descender por una oscura escalera interior. La escalera termina en el espacio sombrío de lo que fue, posiblemente, una mazmorra desde la cual alguien añoró su libertad viendo al viejo sauce inclinarse sobre la corriente de agua.
El día de navidad es peculiar. Somos invitados a almorzar( y pasar todo el día) con la familia de Patricia y Donatto al norte de Luxembourg casi en el límite con Alemania. El pueblo es pequeño y encantador. Lo rodean amplias extensiones de campos escarchados, el frío es patente y crudo y la arquitectura, aunque contemporánea, tiene un dejo antiguo en sus callejuelas curvas que van rodeando esos campos seminevados hasta desembocar en la pequeña y oscura iglesia. La casa de ambos es la torre de Babel. Los idiomas se mezclan y busco auxilio en Diego que es mi único referente del español-argentino. Nadie me conoce pero me reciben como si me conocieran de hace años. La comida es abundante y variada aunque, a decir verdad, yo no puedo comer un solo bocado más. El día avanza y en la torre de Babel no tengo claro cuando partiremos de regreso a Dudelange. Como parte del trip, Joao debe llevar a uno de sus sobrinos a comprar un regalo tardío a un shopping extraordinariamente moderno que se halla en el corazón de uno de los barrios más extrañamente bellos que haya visto en mi vida: edificado en lo que fue una fábrica y conservando aquellos vestigios arquitectónicos, este barrio rodeado de desierto y bosquecillos, alberga una ciudad universitaria, el mencionado centro de compras y varios supermercados de abrumadora modernidad mientras en su centor asoman las viejas chimeneas y los techos de las naves industriales dándole un aire al mundo ciberpunk de Mad Max. Casi no puedo creerlo y mi cámara y mi teléfono se han quedado sin baterías. Quedo con Diego en volver al día siguiente. Pero no va a suceder.
La noche cae y emprendemos el regreso. El frío es intimidante. La escarcha brilla sobre los campos que glorifican el invierno europeo. Estoy a un paso de Alemania pero aún no es momento de conocerla. El coche arranca en medio de otros tantos que se despiden de un modo que me resulta familiar. Una nostalgia no buscada ni tampoco decisiva se instala momentos antes cuando experimentando con el gran smartv vemos el puente colgante de Santa Fe y escuchamos la radio de Luis Mino en el aire del norte de Europa. Las sensaciones son raras pero sigo sintiéndome cómodo en ese rincón del mundo donde nadie entiende una palabra de las que digo y yo tampoco entiendo pero el gesto y la mirada desolada y solidaria del otro nos ayudan a comunicarnos.
Así pasan la Nochebuena y la Navidad. Hay que dormir temprano porque se impone madrugar. Al día siguiente me espera un vuelo de Air France rumbo a París.
Ay, la ciudad luz a un paso....
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