El personaje de "Grandes Esperanzas" dice en un momento: "Debes ir a París. Todo artista debe visitarla al menos una vez en la vida"
Yo todavía no lo había hecho.
Es inevitable llegar y cometer pequeños actos de cholulez a montones. Pero no por aquello de la clase o el prestigio que solemos atribuirle a la capital europea. Sino porque realmente es una ciudad mítica. Mi amigo Fernando me espera en Chatellé-Des-Halle, parte del laberíntico metro parisino( en donde me perdí más de una vez) y de allí caminamos directo hacia la superficie donde la ciudad está, por supuesto, sembrada de cafés y de sus puestos en la calle, de una multitud cosmopolita y de una bruma espesa sobre su arquitectura exquisita. Hace muchísmo frío y Fernando toma mi valija imposible y la arrastra con la mejor voluntad para hacer una primer foto en el centro Georges Pompidou con su atrevida fuente en restauración. Luego me lleva caminando por esas callecitas laberínticas en el que llamo "efecto travelling" que parece tener esta ciudad. Veo bares y cafés que llevan el nombre "Notre Dame" y "Quasimodo" y siento mariposas en el estómago como si fuera a encontrarme con un viejo amor.
Y efectivamente, a la vuelta de una esquina con el anuncio que caracteriza a la sencillez de Fer me dice: "Bueno ahí la tenés"....y delante mío aparece la fuente de todas las inspiraciones que cruzaron la mente de Víctor Hugo para contar la desdichada historia del niño deforme y expósito, del oscuro Claude Frollo y a pocas cuadras el Sena me hace pensar "Aquí es donde se suicidó Javert"en Los Miserables. Y tambien son las calles donde Alejandro Dumas vivió su amor prohibido con Alphonsine Duplesis, donde Christian desafió su mandato familiar para correr a los brazos del diamante refulgente en el Moulin Rouge, donde la pérfida Madame de Mertéuil tejió sus intrigas cortesanas que terminaron en tragedia. Ésta es la ciudad donde se gestaron las locuras vanguardistas que cambiaron el arte del siglo XX y el esplendor de los Luises cayó bajo la revuelta de 1789.
Es una ciudad con el esplendor del pasado pero con las marcas de muchas luchas que, a primera vista, me suenan mucho a Buenos Aires. Es raro estar aquí, es conmovedor y es abrumador. Todo junto. París es enorme y fría, distante y divertida, amable e infinita, tan bella como contradictoria.
Quiero correr a cada rincón pero he volado muy temprano desde Luxemburgo donde Diego me llevó hasta el aeropuerto y compartimos un desayuno que vino a sellar una amistad iniciada hace años y felizmente renovada. Siento el cuerpo cansado y el alma llena. Viajamos con Fer y mi valija inoportuna en dos trenes e infintas escaleras hacia Achéres-Ville( importante pronunciarlo con la "g" final que le da el toque gutural o nadie lo entenderá) y me instalo en su encantador departamento donde abrimos un vino y un champagne como corresponde para probar su exquisito curry de légum con queso camembert y paté de canare.
Y hay que dormir porque muy temprano en la mañana debo aprender las muy diversas combinaciones de trenes para moverme en la ciudad sin contar que hablar en francés( escaso) con acento inglés puede asegurarme más de una situación insólita. Pero mañana se los cuento.
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