Es bueno planificar un viaje pero también es bueno dejarse llevar por las sorpresa que depara. Incluso si éstas no son del todo agradables.
Una circuntancia fortuita hace que abandone Londres antes de tiempo y viaje directo a Bruselas a casa de mi amigo Diego a quien conocí en Santa Fe hace dieciocho años y no veía hace diecisésis.
Que aquello de que las verdaderas amistades son esas que se retoman luego de muchos años sin que nunca se hubiesen interrumpido encuentra aquí un buen ejemplo. Llego al departamento de Diego en Moleenbeek, un día de frío particular. El viaje en Eurostar me sorprende por la excelencia de sus trenes, por la precisión quirúrgica de sus horarios, por la exquisitez de su atención y la pulcritud de cada detalle con que me encuentro.
Llego a Gare du Midí a las 20:10 y, claro, es noche cerrada. Espero a Diego en un bar cercano a su casa y luego de algunas horas de espera en que me precipito a escribir como suelo hacer cada vez que me encuentro en situación barista me reencuentro con esta persona encantadora y hospitalaria a más no poder que me conduce hasta su departamento en residencia Mozart y ahí me aloja durante cuatro días en los que compartimos cenas, charlas( imaginen cuanto), música bizarra, risas y cenas. El viernes en la noche, antes de recorrer la Grand Place cenamos la pizza "europea" en la trattoría de la que les contaba en otro posteo. Allí tomamos esta foto disfrutando de la calidez de este mundo nuevo viejo mundo que me fascina pese a que "en todos lados se cuecen habas" pero en el que brilla por su ausencia el descuido de los servicios públicos ó la falta de respeto por el otro al menos en la vida cotidiana.
Pero volvamos a éste amigo querido que ha inundado con su calidez éstos días recibiéndome en su hogar como si fuera mi propia casa y jamás haciéndome sentir lo contrario. Entre martes y sábado descubro la compleja y pintoresca Bruselas y el domingo viajamos bajo la lluvia por fascinantes rutas rodeadas de bosques y prados verdes coronados por molinos de energía eólica hacia Dudelange, en Luxemburgo, donde pasaremos Nochebuena junto a parte de la familia de Diego.
Al momento de escribir ésta entrada, mi estadía en Bélgica/Luxemburgo toca a su fin. Mañana volaré a París para reencontrarme con Fernando, otro amigo santafesino a quien tampoco veo hace ...dieciséis años! En estos días no sólo he conocido la magnífica Luxemburgo( ciudad a la que dedicaré otro posteo y otras memorias fotográficas porque las baterías de cámaras y celulares suelen fallar cuando uno más las necesita) sino que me he sentido contenido como si de mi familia de sangre se tratara.
En algún momento, Diego, leerás esto y quiero agradecerte de corazón escribiendo lo que ya te dije en forma personal: que me hayas hecho sentir que iba a visitar a mi hermano, del mismo modo que Joáo me ha hecho sentir que también lo es pese a haberlo conocido hace un par de días. Que hayan tenido el gesto de incluirme en el almuerzo de navidad con esa familia multicultural y generosísima en su hermosa casa de campo próxima a la frontera alemana. Que me hayan escuchado, querido y homenajeado con pequeños grandes regalos( supiste que ese lemoncello era importante para mí y tener en cuenta esos detalles para mí hace que las personas se vuelvan gigantes) y haya celebrado la Nochebuena con esa cena increíble de seis variedades de quesos, tres de vinos, la carne exquisita, el pulpo a las...verduras( sabía que me iba a olvidar de su nombre específico) y que para conseguir todo ello ( sin contar el pannetonne, el pan d'oro y los pequeños regalos espontáneos venidos de Egipto) hayamos hecho el adorable recorrido por mercaditos en la sinuosa y colorida Dudelange y en la cosmopolita, elegante y antiguo/moderna Luxembourg.
Gracias una vez más mis queridos Diego y Joáo , porque junto al bebé Lucky a quien no le gustan los chalecos de abrigo y sí le gustan mucho los cerditos de goma que hacen ruido y a los que se puede mordisquear hasta dar "por muerto") me dan la pauta de que no han sido anfitriones sino dos personas que me han abierto una familia del otro lado del mundo. Y desde luego, saben que cuentan con las puertas abiertas de mi casa para cuando lo deseen.
En un mundo donde algunas personas gozan de ser prepotentes y egoístas, celebrar la generosidad es saber que, de verdad, la Navidad valió la pena de ser vivida.
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