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DIARIO DE VIAJE- Día 09- Silenciosa y fría Bruselas

Cuando escribía sobre el "no- lugar" de los aeropuertos quizá no tenía en cuenta( al menos conscientemente) de que otro factor que refuerza esa imagen es la casi inexistencia de fotografías.
¿Por qué razón los turistas no se toman fotos en el aeropuerto?
¿Por ser demasiado impersonales?¿Por ser viajeros frecuentes y parecerles monótonos e incluso vulgares?
¿O simplemente porque no hay tiempo?
Como comentaba en el posteo anterior, los aeropuertos tienen ese "no se qué" que sólo consigo describir a través de la obra musical de Brian Eno. Algo semejante sucede con las estaciones internacionales de trenes. ¿Había estado alguna vez en una? No, si no se tiene en cuenta los interminables transbordos en las estaciones de buses de Florianópolis y sus grandes ciudades ó los subtes en Río o Buenos Aires.
Pero- hasta ahora al menos- nada tan deslumbrante como la London St. Pancras International desde donde se puede tomar el Eurostar para viajar a Amsterdam y Bruselas.
Como corresponde a este diario de viaje, esa entrada debe ir en el día 08 que, como verán , aún no aparece. Lo hará, aún con un desfasaje en las fechas.
Es que viajar no deja tiempo para escribir( ¡que maravilloso y que terrible a la vez!) Uno debe hacer, hacer, hacer, moverse continuamente entre los días que corren y las horas que se fugan en el invierno europeo hacia una noche que cae repentinamente a las cuatro de la tarde mientras el frío gana las calles.
Si bien Londres podría ser llamada también "la ciudad que no duerme" ó al menos la que estalla en cada rincón hasta muy entrada la madrugada, Bruselas, en su "día cero"( llegué ayer por la noche) y en su DÍA 01( este miércoles de la segunda semana de viaje) me ha resultado silenciosa y fría. Extraña como esas películas de I-SAT donde los bares sólo expenden cervezas a sombríos y severos hombres que se abrigan con gorros espesos y hablan neerlandés entre risas y golpes de billar. Un contraste brutal con Londres que no le resta su encanto: sólo lo cambia.
Camino por la Scheutbosch y me deslumbra su arquitectura con retazos londinenses( ¿georgiana? ) pero con una regularidad, una austeridad y una repetición que me recuerda mucho al Frankfurt de "Heidi" en la versión animada de los años 70. Y me siento un poco como ella( justamente yo, con lo que me gustan las grandes urbes!) Hace frío, un frío menos intenso que el de Londres pero acompañado de un silencio en sus calles parejas y geométricas apenas interrumpidas por las callecitas recoletas de coquetas y estrechas entradas pero reforzado por la tríada de idiomas que se mezcla en las calles( alemán, francés, neerlandés) que hace que mi inglés con el que tan bien me defendí durante los primeros ocho días de este viaje, parezca primitivo e ingenuo.
Voy buscando lugares donde "Can I have lunch?" a las cuatro de la tarde cuando el sol ya comienza a morir en estas tierras apretujadas entre Francia y Alemania resulta de un candor que me avergüenza un poco. Entro a los bares de cerveza donde los hombres hoscos me miran como detectando al "forastero". Me siento como en una película en donde las personas acuden en mi auxilio llamándose unas con otras para buscar quien pueda hablar inglés.( ¿Español? No, ni pensarlo) Me debato entre preguntas y gestos y finalmente sigo las indicacione para descubrir que no logro conectar entre las palabras halladas unas con otras y el local que busco. Se me antoja un roast beef con abundantes papas y ensaladas y recuerdo que la larga video llamada que hice al mediodía más la remolona mañana desayunando con mi amigo Diego en su departamento de Moolenbeek me han hecho despistar del rápido pasaje de las horas. Pero, al fin y al cabo, al decir( siempre la cito) de Cameron Díaz..."Estoy de vacaciones, debería hacer cosas inesperadas" y luego de siete días de corretear por la agitadísima Londres bajo el frío y la lluvia es un regalo tener un día "en casa" aunque esté a cientos de miles de kilómetros de la mía.
Pero el reencuentro con un viejo amigo al que no veía hace casi dieciocho años me recuerda que ya tengo casi cincuenta y que el hogar, en definitiva, es aquel donde está el corazón...
Bruxelle, capital de Bélgica, fría y silenciosa pero, es sólo la primer impresión. Allí donde hay un "merci beacoup" y un thank you, very much acompañados de una sonrisa me doy cuenta de que el idioma es una bella construcción que como en la torre de Babel logra separarnos sólo momentáneamente pero que las emociones en los gestos,la solidaridad y la empatía son universales y constituyen aquello que somos.
Sólo he visto una parte de esta ciudad lluviosa y cubierta de nubarrones. El día de hogar se corona con una cena cálida de carbonara, una delicia simple a la que Diego le pone todo el encanto de la sangre italiana y dos vinos deliciosos que nos ayudan a reconstruír historias viejas y nuevas, a planear  los días siguientes y a avizorar que el año que se aproxima puede ser realmente nuevo.

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