Para llegar a Ciudad Esmeralda, Dorothy debía caminar con sus zapatos rojos sobre un camino amarillo. Para llegar al Palacio de Buckingham, se recorre un camino rojo con los zapatos que quieras. La monarquía, sistema controversial que se ha levantado, caído, restaurado y sostenido a lo largo de los siglos en algunos países, no deja de conmover cuando de entender bien el poder se trata. Aclaremos una cosa: no estoy aquí tratando de emitir juicio alguno sobre cuestiones políticas filosas. Sé que son espinosas y complejas pero creo que es tema para otro debate. Sólo quiero registrar una vivencia: hemos crecido, vivido y heredado ideas que se han relacionado con este universo sin pensar en sus aspectos más oscuros. Cuando visitamos un sitio como éste, seguramente nos embargará una emoción particular por la historia, el arte y los encuentros entre naciones. Nos solidarizamos con esos seres humanos a los que el poder les cae como una herencia no buscada y que aún así lo sostienen por cuestiones de fidelidad a su patria, a su familia y a sus propios principios. Recientemente, en la serie "The Crown" hemos visto como la historia de la reina Elizabeth II ( Windsor) fue una vida profundamente marcada por el peso de esa corona que le tocó heredar a los 24 años y que no buscaba ni sabía como manejar. De como el sostenerla fue una carga espesa y demoledora que no tuvo más remedio que aceptar aún sin entender el por qué debía hacerlo.
Así son las convenciones sociales que resultan opresivas sobre nosotros. Quizá por eso es que dejan de interesarme ciertos aspectos para deslumbrarme con la belleza de este paisaje: el parque real, el palacio y sus portales, la fuente con la efigie de la Reina Victoria y los animales que simbolizan mundos de poder y culturas encontradas.
Caminamos por el Royal Park y percibo una y otra vez la extraña magia de estos espacios verdes boscosos y nostálgicos, enamorados de lo antiguo en donde pese a los celulares, las tabletas y los edificios de última generación se pueden percibir los fantasmas hermosos de una era dorada cuyas costumbres pueden parecernos anacrónicas pero no dejan de fascinarnos( como el protocolo aristocrático de la familia Crawley en la exquisita Downton Abbey) ó los paisajes bucólicos e ideales manchados de esa bruma siempre inquietante que nos envolvían en los climas opresivos y a la vez prometedores de The Omen, el clásico de terror de los años setenta.
Cuando todos esos paisajes, colores y texuras se hacen presentes bajo mis pies que pisan las hojas secas del parque infinito( perfectamente ordenadas por los empleados que las barren y acumulan con máquinas de aire) y el desfile de taxis y coches oficiales se combina con los vestuarios clásicos británicos de vibrantes colores y tocados de plumas y flores no puedo evitar la extraña emoción de sentirme dentro de un cuento de hadas que sobrevive en la era moderna pese a su aparente falta de temor por lo divino.
Es que así es Londres: una ciudad donde parte de su fascinación reside en la convivencia curiosa y fluída de lo moderno y lo antiguo sin que ambos se anulen mutuamente. Vuelan los mensajes de Whatsapp al mismo tiempo que los londinenses echan postales navideñas de cartón y papel en los antiguos pero impecables buzones rojos del correo e incluso se detienen en las clásicas cabinas telefónicas enrejadas donde se pueden proveer de wifi en plena vía pública.
Y el cuento de hadas se hace presente a la noche en una sala. Pero para ello te invito a visitar https://www.gustavopalaciospilo.com/blog-1 porque, para hablar de un musical embrujado lo mejor es sumergirnos en los tecnicismos no menos fascinantes del teatro.
Así son las convenciones sociales que resultan opresivas sobre nosotros. Quizá por eso es que dejan de interesarme ciertos aspectos para deslumbrarme con la belleza de este paisaje: el parque real, el palacio y sus portales, la fuente con la efigie de la Reina Victoria y los animales que simbolizan mundos de poder y culturas encontradas.
Caminamos por el Royal Park y percibo una y otra vez la extraña magia de estos espacios verdes boscosos y nostálgicos, enamorados de lo antiguo en donde pese a los celulares, las tabletas y los edificios de última generación se pueden percibir los fantasmas hermosos de una era dorada cuyas costumbres pueden parecernos anacrónicas pero no dejan de fascinarnos( como el protocolo aristocrático de la familia Crawley en la exquisita Downton Abbey) ó los paisajes bucólicos e ideales manchados de esa bruma siempre inquietante que nos envolvían en los climas opresivos y a la vez prometedores de The Omen, el clásico de terror de los años setenta.
Cuando todos esos paisajes, colores y texuras se hacen presentes bajo mis pies que pisan las hojas secas del parque infinito( perfectamente ordenadas por los empleados que las barren y acumulan con máquinas de aire) y el desfile de taxis y coches oficiales se combina con los vestuarios clásicos británicos de vibrantes colores y tocados de plumas y flores no puedo evitar la extraña emoción de sentirme dentro de un cuento de hadas que sobrevive en la era moderna pese a su aparente falta de temor por lo divino.
Es que así es Londres: una ciudad donde parte de su fascinación reside en la convivencia curiosa y fluída de lo moderno y lo antiguo sin que ambos se anulen mutuamente. Vuelan los mensajes de Whatsapp al mismo tiempo que los londinenses echan postales navideñas de cartón y papel en los antiguos pero impecables buzones rojos del correo e incluso se detienen en las clásicas cabinas telefónicas enrejadas donde se pueden proveer de wifi en plena vía pública.
Y el cuento de hadas se hace presente a la noche en una sala. Pero para ello te invito a visitar https://www.gustavopalaciospilo.com/blog-1 porque, para hablar de un musical embrujado lo mejor es sumergirnos en los tecnicismos no menos fascinantes del teatro.
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