Fotografía de Kleur( por Magdalena Medina) |
Anoche, sábado, un nuevo estreno como actor.
Adrenalina, emociones encontradas, desencuentros y reencuentros.
¿Con quien?
Con muchas cosas, pero sobre todo, conmigo.
Hoy, domingo...luego de una breve lluvia.
Un verano que muere y un otoño que se anuncia.
La calle del barrio donde crecí - y que suele producirme aprensión- hoy se ve de otra manera: como la calle de mi infancia.
Viene a mi mente( ese ente abstracto que involucra todo nuestro cuerpo aunque creamos que no) un recuerdo fresco de mí mismo con diez años jugando en esa misma calle. En aquel entonces, tres grandes paraísos hacían sombra en la vereda cementada. Hoy, ya no están. Un nuevo y fresco arbolito crece en su lugar.
Pero las sombras, el agua en los cordones, las hojas caídas sobre esos pequeños charcos...algo asoma como hace treinta y siete años.
Un pequeño perro con quien quise simpatizar no acuerda con mi solidaridad y se escapa por esa misma calle que ahora cruzan dos chicos de diez años en bicicleta con remeras rayadas y cabello corto.
Un intenso deja vú: ¿soy yo mismo en esa esquina? ¿O sigo estando aquí como esa foto tomada con una Polaroid en donde corro por esa misma calle en una tarde de finales de un verano de 1980?
Anoche jugué a ser nueve personajes adultos, autoritarios, oscuros. Cómplices de un invierno social que no deja crecer la primavera de esos niños adolescentes a los que dicen proteger pero que destruyen con una normativa represiva.
Hoy, he visto esa calle sin aprensión. Hubo emoción, cariño, casi un deseo de volver.
Dice la leyenda teatral que hay obras malditas. Pero son las menos.
Hay otras obras que son benditas e invitan a despertar. Ésta bien puede ser una de ellas.
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