Muchos años atrás, cuando contaba apenas con 18 de edad, ocurrió algo en un septiembre. Fue una despedida. Fue el fin de un ciclo. Fue fuerte. Tan intenso como un nacimiento o una muerte. Una mezcla de sentimientos encontrados que tenían especial significación en ese fin de la adolescencia y en ese cúmulo de sentimientos encontrados entre una alegría "impuesta"por un contexto social particular y el desgarramiento de una frustración en donde se mezclaba lo paternal, lo sexual, la sensación de desarraigo, las imágenes proyectadas, la lejanía.
"Se va..." esas dos palabras tan relacionadas al "irseparaseguircreciendo" y también al "nolovoyatenermás". Que cosa, eso de alegrarse por la partida cuando uno se hace pedazos por dentro.
Y se fue nomás. No importa quien. Hoy no me importa nada de esa persona ni de esa ausencia. Pero recuerdo en su momento la sensación vívida: los azahares, el aire tibio, los últimos fríos, la promesa del verano( siempre como un cúmulo de promesas felices....) y la partida. Algo dichoso había ocurrido pero me dejaba con una mano extendida, con una mirada nostálgica, con un largo adiós.
Y esperaba que esa mano me llevara consigo. Pero no lo hizo.
Un año más. Otro septiembre. Otra declinación del cruel invierno. Otra primavera. Y quien se va ya no es un conocido, ya no vuela para crecer, ya no promete buscarme. Se va mi padre. Se va de pronto. Se muere. Otra vez: azahares, aromas, primaveras...y la realidad de la muerte y de la ausencia. Y sin embargo esa muerte trae otra vida, algo nuevo, algo que transforma.
Un renacimiento tras un invierno de enfermedad de diez años.
Septiembre siempre estuvo asociado a esa extraña idea de morir y renacer. De lo agridulce. De lo que se termina y duele pero nos abre puertas a nuevas felicidades. Y ahí está, instalada la palabra, la idea.
Pasaron muchos años, casi veinte. En 2007 aparecen otras partidas, otras despedidas. Un amor que se anunciaba y se derrumbó, algún proyecto que se desvanece, algún amigo que se aleja. En el medio la extraña historia de ese hijo y esa madre recorriendo el mundo como amantes eternos , un amor que ni la muerte pudo menoscabar. Y un amor latiendo en mí,una ansiedad, un mundo que descubrir, otro más.
Y poco a poco la idea del color azul como un imposible, como un príncipe de cuentos, como un hada, como un ángel inasible, como un horizonte infinito. Y recuerdo al móvil de Binoche en BLEU y recuerdo la magia de la trilogía de Kieslowski y su silenciosa poesía. Y las baladas de los setenta con esa innegable reminiscencia de los árboles mojados por la lluvia en un atardecer de domingo...de septiembre. Esos árboles mojados que invitan a caminar debajo de ellos y disfrutar de la tibieza del sol y los golpes de frio de las gotas que restan en las hojas.
Simple y tonta poesía. Pero imagino que para que sea valiosa la poesía debe ser así: simple.
Y hay cinco actores. Y hay un deseo de contar una historia. Y hay un año por delante. Y nacen SEPTIEMBRE...como obra de teatro, como personajes, como canciones setentosas, como balada de domingo bajo la luz de la lluvia. Y nace una de mis obras mas queridas-no sé si perfecta ni correcta- pero desde la que puedo hablar con la seguridad de mi sentimiento. Quizá resulte cursi, quien sabe? Pero SEPTIEMBRE es una de esas obras pequeñas con las que puedo acercarme a alguien, entregársela en sus manos y decirle simplemente: "No me juzgues, te invito a asomarme a mi alma".
Los invito a leerla y escucharla.
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