Pequeña, cálida, mágica, la sala se presenta austera y prolija.
Pequeña, cálida y mágica, la hechicera prepara sus utensilios y a sus duendes asociados y se prepara a desplegar un encanto ya conocido pero no por ello menos seductor.
Lo consigue desde una tragedia musical hasta una canción festiva; avanza entre cuerdas y palmas hacia la imposición dulce e imperiosa de su voz perfectamente calibrada y emocionalmente desbordante.
Hipnotizado, no puedo quitar los ojos de ella y me pregunto por que razón tantas personas que quiero se están perdiendo de compartir conmigo este momento.
Pero de todos modos están allí: y en un instante me doy cuenta de que esos tres hechiceros que conjuran maravillas escritas en sólo siete notas para el desborde de millares de sonidos son mis amigos y son mis conocidos y que he compartido otros momentos con ellos pero que en este instante adquieren una dignidad sagrada, algo que sólo el arte puede brindar.
Y escucho la guitarra cálida de Cacho Hussein, el cello misterioso de Juan Candioti y no puedo dejar de enorgullecerme de saber que, de algún modo, formo parte de ellos.
Y no puedo dejar de alegrarme de saber que esa hechicera llamada Nilda Godoy, no sólo es una de las mayores artistas que haya parido nuestra tierra sino que me ha dado el privilegio de contarme entre sus amigos y que hoy me está haciendo caer, una vez mas, bajo el encanto de su arte exquisito.
Así es su Música de Otoño...tan sutil como una hoja que cae y que en su agonía exhala el esplendor de la primavera en la intimidad de un rincón urbano en donde la magia anida y hay que descubrirla cada jueves de mayo.
Y son nuestros. Que genial que es eso.
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