Yo no sé si lo escribiré correctamente.
Yo no sé si hay una manera correcta de hacerlo.
Pero vale, veo con sorpresa( sí, con sorpresa) que casi se cumple un año desde mi última entrada en el blog. Y es una entrada con bronca, con dolor, con tristeza.
Con un profundo desencanto.
Pero en casi toda situación límite ocurre un click, un cambio, un "punto de giro" al decir de los guionistas de cine. Y bien, también ocurrió en mi caso.
No sé como fue. Un relàmpago de felicidad, un impacto emocional, un antes y un después de sentarme un martes por la noche a ver un milagro escénico, una cachetada emocional en forma de canciones y personajes cotidianos, una suerte de momento histórico que me hizo ver que el teatro( y sí, una vez más, el teatro musical) sirve para esto: para cambiar la vida de una persona.
Cambiarla, salvarla, iluminarla. Hacerle comprender de que materia estamos hechos los seres humanos.
Y eso no es poco, no lo es.
Y si esa persona tiene cierto poder- todos lo tenemos- de poder proyectarlo en otros a través de su obra, de sus palabras, de sus acciones, entonces habremos entrado en una corriente de verdad, de luz, de energía.
Por eso he vuelto. Con mesura, con calma, con otras visiones pero siempre sabiendo que ahora deseo seguir creciendo, aprendiendo e investigando.
Y en el camino me encontré con Hans...que ya me esperaba. Este personaje que las autoras de "La Bámbola" describen como "un insignificante hombrecito" al principio, debo confesarlo, me resultó exasperante. No sé que parte de mí se sintió casi molesta al saber que un director imaginaba mi presencia ante "un hombrecito gris". Y creo que ese fastidio se hizo presente en los primeros ensayos. Porque Hans era, efectivamente, un idiota. Según mi visión y mi animosidad contra esa abstracción a la que llamamos "personaje" este personaje aparecía como un comodín cuasi prescindible y molesto. Tonto, apagado, traicionado, ridículamente ruidoso por momentos y apelmazadamente cobarde por otros.
Y justamente ahí, en esos contrastes, apareció la luz y el brillo.
¿Como es que Hans Huber pasa de ser un tonto cholulo, excitado por la presencia de un brillante as de la música a ser un verdugo implacable, casi un entregador, casi como el Renfield del Conde Drácula? Ese camino está en manos de un director sensible que puede ir conduciendo equilibradamente en una montaña rusa; y en la astucia implícita que todo actor debe tener para convertir esas primeras impresiones en algo tangible y potente.
Por tanto, algo ocurrió; y Hans salió a la luz. Nació y creció en una noche de estreno, brilló con luz y cuerpo propio, puso a Gustavo en un sitio desconocido hasta entonces, recorrió galerías de campo, noches tormentosas y se enfrentó a inquietantes espectros. Hans brilló a su manera e hizo que Gustavo brillara a la suya. Más allá de tecnicismos actorales, más allá de intríngulis dramatúrgicos, más allá del montaje...otra vez ocurrió un acto inaprensible y misterioso, como el de ese fantasma invisible que susurra y se va. Produce miedo, inquietud, incomodidad...y una alta cuota de fascinación.
Gracias Hans Huber por haberme hecho recorrer este camino incómodo que aprendí- o creo estar aprendiendo- a sortear pese y gracias a sus escollos, piedras, grietas y correntadas. Nos espera un largo camino juntos. Deshojando noches...esperando todo y esperando nada más que un destello en el alma de quien contempla en la penumbra de una casa de campo.
Ph: Nàcar
Yo no sé si hay una manera correcta de hacerlo.
Pero vale, veo con sorpresa( sí, con sorpresa) que casi se cumple un año desde mi última entrada en el blog. Y es una entrada con bronca, con dolor, con tristeza.
Con un profundo desencanto.
Pero en casi toda situación límite ocurre un click, un cambio, un "punto de giro" al decir de los guionistas de cine. Y bien, también ocurrió en mi caso.
No sé como fue. Un relàmpago de felicidad, un impacto emocional, un antes y un después de sentarme un martes por la noche a ver un milagro escénico, una cachetada emocional en forma de canciones y personajes cotidianos, una suerte de momento histórico que me hizo ver que el teatro( y sí, una vez más, el teatro musical) sirve para esto: para cambiar la vida de una persona.
Cambiarla, salvarla, iluminarla. Hacerle comprender de que materia estamos hechos los seres humanos.
Y eso no es poco, no lo es.
Y si esa persona tiene cierto poder- todos lo tenemos- de poder proyectarlo en otros a través de su obra, de sus palabras, de sus acciones, entonces habremos entrado en una corriente de verdad, de luz, de energía.
Por eso he vuelto. Con mesura, con calma, con otras visiones pero siempre sabiendo que ahora deseo seguir creciendo, aprendiendo e investigando.
Y en el camino me encontré con Hans...que ya me esperaba. Este personaje que las autoras de "La Bámbola" describen como "un insignificante hombrecito" al principio, debo confesarlo, me resultó exasperante. No sé que parte de mí se sintió casi molesta al saber que un director imaginaba mi presencia ante "un hombrecito gris". Y creo que ese fastidio se hizo presente en los primeros ensayos. Porque Hans era, efectivamente, un idiota. Según mi visión y mi animosidad contra esa abstracción a la que llamamos "personaje" este personaje aparecía como un comodín cuasi prescindible y molesto. Tonto, apagado, traicionado, ridículamente ruidoso por momentos y apelmazadamente cobarde por otros.
Y justamente ahí, en esos contrastes, apareció la luz y el brillo.
¿Como es que Hans Huber pasa de ser un tonto cholulo, excitado por la presencia de un brillante as de la música a ser un verdugo implacable, casi un entregador, casi como el Renfield del Conde Drácula? Ese camino está en manos de un director sensible que puede ir conduciendo equilibradamente en una montaña rusa; y en la astucia implícita que todo actor debe tener para convertir esas primeras impresiones en algo tangible y potente.
Por tanto, algo ocurrió; y Hans salió a la luz. Nació y creció en una noche de estreno, brilló con luz y cuerpo propio, puso a Gustavo en un sitio desconocido hasta entonces, recorrió galerías de campo, noches tormentosas y se enfrentó a inquietantes espectros. Hans brilló a su manera e hizo que Gustavo brillara a la suya. Más allá de tecnicismos actorales, más allá de intríngulis dramatúrgicos, más allá del montaje...otra vez ocurrió un acto inaprensible y misterioso, como el de ese fantasma invisible que susurra y se va. Produce miedo, inquietud, incomodidad...y una alta cuota de fascinación.
Gracias Hans Huber por haberme hecho recorrer este camino incómodo que aprendí- o creo estar aprendiendo- a sortear pese y gracias a sus escollos, piedras, grietas y correntadas. Nos espera un largo camino juntos. Deshojando noches...esperando todo y esperando nada más que un destello en el alma de quien contempla en la penumbra de una casa de campo.
Ph: Nàcar
que fuerte... en que fecha ocurre lo acontecido?
ResponderBorrarEn un inolvidable 2012.
BorrarPerdón por la tardía respuesta...pero más vale tarde que nunca.
¿Nos conocemos?