Son un grupo pequeño, dispar, casi absurdo. Corren como niños escaleras arriba por peldaños de ladrillos rojos hasta un patio que bajo las estrellas se revela como un bosque extraño poblado de escaleras de incendio. Un niño llora junto a una hamaca y Milo se acerca para levantarlo. Juntos, ríen tras el percance y son felices con la felicidad simple de quien nada espera mas que una sorpresa del día nuevo entre hojas de otoño y la tibieza del sol. Pese a que Milo guarde el dolor de un amor que no fue y esas viejas palabras vuelvan una y otra vez para recordarle lo que sí existe y que es esta aceptable soledad. ¿ Y los otros? Los otros ríen, juegan, corren, se ríen absurdamente metros mas allá pues no tienen nada que ver el fotógrafo hosco, el director de teatro mediocre, la bella Ana, el cantante ciego, los jóvenes mochileros que van en busca de aventuras...pero algo en común tienen. Una emocionalidad, una expectativa frente a su vida que los pone en acción y esa acción los pone en la senda de una aventura que los cambiará para siempre.
Éste sueño, desde luego, me invita a la creación. Fue vivo, fue concreto, fue casi real. ¿ Y si algo tuvo de real? Pues sí, lo tuvo. Lo tuvo en un hecho simple y maravilloso que reservaré para mí y que se volcó con fuerza en este reflejo onírico. Un sueño que quise acompañar con la bella música de Yiruma, otro descubrimiento reciente. ´
He narrado parte de la anécdota o de sus personajes sueltos. Yiruma, con su música, me ayuda a narrar la emoción. Y si ambas van de la mano, entonces el posible milagro se hace tangible. Y la historia comienza.
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