Dicen que nadie es profeta en su tierra. Creo que es verdad. Creo que muchas, mas de una vez, por no decir casi todas, los hechos me lo han afirmado. Pese a los aplausos, pese a los elogios, pese a las bendiciones y a las palabras de ánimo, seguimos siendo profetas visitantes en la tierra cordial en donde debemos afirmarnos una y otra vez. Digo "gracias" cuando tengo que decirlo y digo "¡Oigan!" con cada uno de los hechos que van encadenándose para formar parte de este duro oficio/profesión del teatro. Y hemos llegado a un estreno mas, a un aplauso mas y...a un asombro mas. ¿Por qué el público se asombra cuando ve un espectáculo de calidad producido en nuestra ciudad? Recibimos el asombro con agrado sin darnos cuenta de que no debería ser tan así. Recibimos los elogios con agrado pero no deja de extrañarnos que lo hagan cuando, de hecho, esta ciudad debería conocer a sus artistas y sus obras. Recibimos el éxito con alivio cuando deberíamos tratarlo como moneda corriente: y no me refiero al éxito en cuanto a multitudes, fortunas y gloria sino a ese estado de "normalidad" en que cada uno de los hacedores teatrales - y otros- de esta ciudad tienen un espacio en donde sentirse dueños, titulares y no visitantes( para usar un término futbolístico que es uno de los pocos que se entienden en lo inmediato).
Hora de sentirnos titulares.
Hora de sentir que tenemos un lugar de privilegio.
Hora de sentirnos exigidos y de sentirnos contenidos.
Hora de ser tomados en serio: por nuestros colegas, por nuestras autoridades y por nuestro público.
Hagamos algo grande: empezando por la materia prima que tenemos aquí nomás, al alcance de nuestra mano.
O retirémonos a cultivar petunias en invernadero( gracias Gustavo y perdón por el atrevimiento de tomar tu frase)
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