En más de una ocasión durante este largo viaje solía andar en la calle, buscar algo en mi mochila y decir "Ah, no, lo dejé en casa" refiriéndome al lugar que había dejado dos horas atrás.
Esa no es mi casa. Es una valija ( ó dos) en un rincón.
Vivir en dos valijas- pensé una fría noche en Dudelange- Ese es el target de quien viaja.
En los días 7 y 8 estoy viajando, prácticamente. La tarde es helada y gris en Londres y con valija que pesa una tonelada y un portatrajes que pesa otra media, espero un taxi en la esquina de Claverton Street. Finalmente llega, puntual y preciso según lo programado. Y allá vamos.
London St. Pancras International.
La palabra "internacional" siempre tuvo un sonido liberador para mí. Desde muy chico me dió la impresión no sólo de algo muy grande y complejo sino de un aire fresco, descontracturado, donde los prejuicios se han caído y la enorme diversidad nos permite estar de fiesta sin pensar que el otro es un enemigo. Ahora, mientras en un travelling vivo la ciudad se me presenta, realmente me parece estar en una escena de película: el Big Ben, la Torre de Londres, el Big Eye, el Thames y las cúpulas de las catedrales a lo lejos, las antiguas casitas georgianas y victorianas junto a las moles de cristal y acero. Toda esta ciudad tiene un encanto que no quiero dejar, justo ahora que comenzaba a endulzarme con ella. Pero, como reza la placa"Si algo no funciona..." y bueno, es hora de avanzar.
No me estoy volviendo a casa. Voy al encuentro de afectos y de hogares nuevos.
Estoy avanzando.
Voy llegando a la estación y tengo la sensación de encontrarme a las puertas de buscar la famosa plataforma 9 -3/4 porque las locaciones me resultan familiares y sé que estoy en tierra de muggles y de magos escondidos entre la multitud. No me subo al expreso de Hogwarts pero luego de una espera compleja pero ordenadísima( como todo aquí) subo al deslumbrante Eurostar, el tren bala que atraviesa el canal de la Mancha( ó English Channel) y a través del Eurotúnel viajamos a velocidades increíbles en una nave impecable y perfecta donde se sirve una cena gourmet a través de un servicio de azafatas y sobrecargos sin mella. Voy viendo caer la noche, pienso en que viajo bajo el mar y me emociona descubrir entre las sombras los rastros de ciudades nuevas y campos apenas iluminados por rutas veloces que van de un país a otro.
Llego a Bruselas a las 20:00 hs y recuerdo la canción de La Oreja de Van Gogh: "La soledad es una estación de madrugada" En los fríos países de Europa del Norte el invierno hace derrumbar la noche literalmente sobre las calles y aunque es temprano para nuestra hora argentina, es tardísimo para esta región y la estación se vacía rápidamente. Hay un algo fantasmal en ese ambiente profusamente iluminado pero completamente vacío donde sólo me acompaña la voz en francés de un altoparlante mientras camino entre las bocas negras de los andenes desiertos.
El mundo del primer piso en Gare du Midi es otro universo: desborda de locales de lujo, restaurantes cálidos y la gran escultura del caballo de color que domina una mesa de café donde turistas abrigadísimos se hacen fotos entre risas y vasos calientes. Salgo a la calle y descubro la parada de taxis en donde, sorprendemente, me toca un chófer que vivió tres meses en Argentina y habla un español aceptable para quien acaba de llegar de Londres hablando un inglés que no practica regularmente hace 22 años y no habla una palabra de francés. Agradecido por la circunstancia viajamos hacia Garu del Ouest donde podría esperar a Diego pero, como me suele suceder, prefiero toda la vida esperar en un bar. De modo que viajamos hasta una esquina pequeña en donde entro a un bar minúsculo plagado de luces navideñas que tiñen el espacio de un rosanaranjaverdoso y donde unos hombres juegan al billar y otros al pin ball riendo estrepitosamente y bebiendo cerveza. Hace mucho frío y la mayor parte de ellos usan gorros con orejeras y piel mientras celebran la llegada de un vendedor ambulante que vende un conejo rosado cuyas patas y orejas se mueven al ritmo de una canción navideña. Parroquianos con cierto aire sombrío( ó me parece a mí?) que me miran sin cesar( mi entrada es aparatosa con mis valijas que apenas me dejan moverme) y cuya atención llamaré por mi nulo francés que balbuceo entre gestos y palabritas en inglés para pedir un café. La moza se apiada de mí, me sirve y yo me refugio en una mesa junto a la ventana hasta donde me llegan los murmullos en francés, alemán y neerlandés mientras con mi inglés básico intento defenderme en los momentos que corresponda.
Paradójica y poéticamente, estoy solo con mi cuaderno, mis lapiceras y mis palabras en españo. Me queda una hora y media para que Diego llegue desde su trabajo y yo estoy en este rincón del mundo con su contacto y la escasa batería de mi teléfono sabiendo que es la única persona que puede llevarme a un lugar seguro. Pese a la escasa y movediza luz escribo con una fluidez y una furia expresiva que pocas veces ha surgido y me divierto inmensamente al descubrir que la escena del Baile en la que Iverna trama una trampa y la temible Numa aparece vestida con alta costura corre sobre el papel con una vivacidad que nunca antes había conseguido. Me entusiasman las imágenes y no puedo esperar para contarlo pero no tengo a quien hacerlo porque mi comunicación celular se agota rápidamente. Aviso de esto a Diego. Sólo me resta esperar y confiar.
A las 22:30 de esta noche en Bruxelles, mi amigo Diego, a quien no había visto desde hace dieciséis años, asoma en la puerta con una gran sonrisa, cargamos rápidamente valijas en su auto y nos vamos sin escala( ¡por fin!) hacia su edificio( Residencia Mozart) que apenas se ubica a dos cuadras ó tres del bar. Ya dentro, el ambiente cálido y acogedor, el gran ventanal y la maravillosa cocina teñidas de la alegría de Diego por recibirme me hacen sentir realmente en casa. Armo mi casavalija en ese rincón que será mi hogar durante los próximos días, me doy un baño muy caliente y luego mi anfitrión prepara la comida simple más deliciosa imaginable, destapa un vino inolvidable y retomamos conversaciones abandonadas hace dos años por Whatsapp.
Esta noche duermo con una tranquilidad especial. Siento que he llegado a visitar a mi hermano a quien tuve distante durante años y que la lluvia suave que cae sobre la helada Bruselas es sólo un paisaje encantador pues dentro el calor de hogar y la calefacción hacen real el sueño de estar en familia. Familia inesperada que me hace sentir tan a gusto mientras me enfrento a un idioma que desconozco que el día 08 me lo tomo para estar dentro de ese bellísimo departamento luego de haber dado sólo un par de vueltas por la zona. Avenue du Condor 19 es mi nueva dirección y el universo ha cambiado alrededor.
Solté...y se inició otra etapa de mi viaje.
Esa no es mi casa. Es una valija ( ó dos) en un rincón.
Vivir en dos valijas- pensé una fría noche en Dudelange- Ese es el target de quien viaja.
En los días 7 y 8 estoy viajando, prácticamente. La tarde es helada y gris en Londres y con valija que pesa una tonelada y un portatrajes que pesa otra media, espero un taxi en la esquina de Claverton Street. Finalmente llega, puntual y preciso según lo programado. Y allá vamos.
London St. Pancras International.
La palabra "internacional" siempre tuvo un sonido liberador para mí. Desde muy chico me dió la impresión no sólo de algo muy grande y complejo sino de un aire fresco, descontracturado, donde los prejuicios se han caído y la enorme diversidad nos permite estar de fiesta sin pensar que el otro es un enemigo. Ahora, mientras en un travelling vivo la ciudad se me presenta, realmente me parece estar en una escena de película: el Big Ben, la Torre de Londres, el Big Eye, el Thames y las cúpulas de las catedrales a lo lejos, las antiguas casitas georgianas y victorianas junto a las moles de cristal y acero. Toda esta ciudad tiene un encanto que no quiero dejar, justo ahora que comenzaba a endulzarme con ella. Pero, como reza la placa"Si algo no funciona..." y bueno, es hora de avanzar.
No me estoy volviendo a casa. Voy al encuentro de afectos y de hogares nuevos.
Estoy avanzando.
Voy llegando a la estación y tengo la sensación de encontrarme a las puertas de buscar la famosa plataforma 9 -3/4 porque las locaciones me resultan familiares y sé que estoy en tierra de muggles y de magos escondidos entre la multitud. No me subo al expreso de Hogwarts pero luego de una espera compleja pero ordenadísima( como todo aquí) subo al deslumbrante Eurostar, el tren bala que atraviesa el canal de la Mancha( ó English Channel) y a través del Eurotúnel viajamos a velocidades increíbles en una nave impecable y perfecta donde se sirve una cena gourmet a través de un servicio de azafatas y sobrecargos sin mella. Voy viendo caer la noche, pienso en que viajo bajo el mar y me emociona descubrir entre las sombras los rastros de ciudades nuevas y campos apenas iluminados por rutas veloces que van de un país a otro.
Llego a Bruselas a las 20:00 hs y recuerdo la canción de La Oreja de Van Gogh: "La soledad es una estación de madrugada" En los fríos países de Europa del Norte el invierno hace derrumbar la noche literalmente sobre las calles y aunque es temprano para nuestra hora argentina, es tardísimo para esta región y la estación se vacía rápidamente. Hay un algo fantasmal en ese ambiente profusamente iluminado pero completamente vacío donde sólo me acompaña la voz en francés de un altoparlante mientras camino entre las bocas negras de los andenes desiertos.
El mundo del primer piso en Gare du Midi es otro universo: desborda de locales de lujo, restaurantes cálidos y la gran escultura del caballo de color que domina una mesa de café donde turistas abrigadísimos se hacen fotos entre risas y vasos calientes. Salgo a la calle y descubro la parada de taxis en donde, sorprendemente, me toca un chófer que vivió tres meses en Argentina y habla un español aceptable para quien acaba de llegar de Londres hablando un inglés que no practica regularmente hace 22 años y no habla una palabra de francés. Agradecido por la circunstancia viajamos hacia Garu del Ouest donde podría esperar a Diego pero, como me suele suceder, prefiero toda la vida esperar en un bar. De modo que viajamos hasta una esquina pequeña en donde entro a un bar minúsculo plagado de luces navideñas que tiñen el espacio de un rosanaranjaverdoso y donde unos hombres juegan al billar y otros al pin ball riendo estrepitosamente y bebiendo cerveza. Hace mucho frío y la mayor parte de ellos usan gorros con orejeras y piel mientras celebran la llegada de un vendedor ambulante que vende un conejo rosado cuyas patas y orejas se mueven al ritmo de una canción navideña. Parroquianos con cierto aire sombrío( ó me parece a mí?) que me miran sin cesar( mi entrada es aparatosa con mis valijas que apenas me dejan moverme) y cuya atención llamaré por mi nulo francés que balbuceo entre gestos y palabritas en inglés para pedir un café. La moza se apiada de mí, me sirve y yo me refugio en una mesa junto a la ventana hasta donde me llegan los murmullos en francés, alemán y neerlandés mientras con mi inglés básico intento defenderme en los momentos que corresponda.
Paradójica y poéticamente, estoy solo con mi cuaderno, mis lapiceras y mis palabras en españo. Me queda una hora y media para que Diego llegue desde su trabajo y yo estoy en este rincón del mundo con su contacto y la escasa batería de mi teléfono sabiendo que es la única persona que puede llevarme a un lugar seguro. Pese a la escasa y movediza luz escribo con una fluidez y una furia expresiva que pocas veces ha surgido y me divierto inmensamente al descubrir que la escena del Baile en la que Iverna trama una trampa y la temible Numa aparece vestida con alta costura corre sobre el papel con una vivacidad que nunca antes había conseguido. Me entusiasman las imágenes y no puedo esperar para contarlo pero no tengo a quien hacerlo porque mi comunicación celular se agota rápidamente. Aviso de esto a Diego. Sólo me resta esperar y confiar.
A las 22:30 de esta noche en Bruxelles, mi amigo Diego, a quien no había visto desde hace dieciséis años, asoma en la puerta con una gran sonrisa, cargamos rápidamente valijas en su auto y nos vamos sin escala( ¡por fin!) hacia su edificio( Residencia Mozart) que apenas se ubica a dos cuadras ó tres del bar. Ya dentro, el ambiente cálido y acogedor, el gran ventanal y la maravillosa cocina teñidas de la alegría de Diego por recibirme me hacen sentir realmente en casa. Armo mi casavalija en ese rincón que será mi hogar durante los próximos días, me doy un baño muy caliente y luego mi anfitrión prepara la comida simple más deliciosa imaginable, destapa un vino inolvidable y retomamos conversaciones abandonadas hace dos años por Whatsapp.
Esta noche duermo con una tranquilidad especial. Siento que he llegado a visitar a mi hermano a quien tuve distante durante años y que la lluvia suave que cae sobre la helada Bruselas es sólo un paisaje encantador pues dentro el calor de hogar y la calefacción hacen real el sueño de estar en familia. Familia inesperada que me hace sentir tan a gusto mientras me enfrento a un idioma que desconozco que el día 08 me lo tomo para estar dentro de ese bellísimo departamento luego de haber dado sólo un par de vueltas por la zona. Avenue du Condor 19 es mi nueva dirección y el universo ha cambiado alrededor.
Solté...y se inició otra etapa de mi viaje.
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