Sepan disculpar el desorden de este diario. Las intenciones eran las mejores al comienzo pero, no importa cuanto uno planifique un viaje, la dinámica de su destino siempre lo llevará por caminos inesperados. Es mejor así: de lo contrario se convierte como esas aburridísimas experiencias en los all inclusive donde uno va a cualquier lugar del mundo para encontrarse con versiones plastificadas de una cultura que responde sólo a un estereotipo.
Lo imperfecto en el recorrido de una ciudad hace que uno la viva tan intensamente como para sentirla propia.
Hemos caminado Londres, corrido para alcanzar el tube, subido a sus buses, tomado sus taxis, disfrutado sus cafés y restaurantes y yo ya me he deslumbrado con teatros y ofertas culturales. La visita a la Torre de Londres es un episodio particular: un viaje en el tiempo en donde ocurre esa raro deja vú con explicación que es haber estudiado la historia del arte y haber visto esos rincones en decenas de ficciones y documentales.
Mientras subimos y bajamos escaleras de piedra estrechas y penumbrosas que nos llevan de una a otra habitación que bien pudieron habitar los seres de Shakespeare, percibo una magia particular que los londinenses se ocupan de remarcar y explotar muy inteligentemente. Dentro de la torre no sólo se hallan los objetos y espacios recreados de los reyes que la habitaron sino escenas vivas que un grupo de actores recrea para que sepamos como era la vida en la alta edad media.
Y a medida que uno recorre senderos internos, patios empedrados y escaleritas curvas e interminables se repite como un tonto"ésto es un cuento de hadas!"; y sí: nos guste o no la herencia cultural que llevamos encima está sumamente influenciada por estas construcciones y cada rincón nos resulta evocativo de aquello que hemos visto recreado en cientos y cientos de formas ficcionales desde dibujos a locaciones cinematográficas. Y uno siente que ese universo de fantasía ó bien es real y choca contra esa realidad ó bien ha entrado en él y ya no desea salir.
La entrada al sector donde se guardan las joyas de la corona es impresionante. Lo es aún más por el hecho de que sea imposible que haya fotos ó registros de cualquier tipo. Está prohibido y los controles son extremos. De hecho, allí se guardan las coronas, los cetros, las espadas y los elementos bautismales y de las cenas oficiales de los reyes que han estado a la cabeza del Reino Unido desde principios del siglo XX y aún antes. En una exposición de diseño impecable donde cada detalle está cuidado y diseñado de modo interactivo( audios, videos y fotos) es posible recorrer la historia completa del siglo XX con la influencia de las dos grandes guerras( esa porción sobre la cual uno había aprendido tanto en la deliciosa Downton Abbey) y tener frente a sus ojos azorados a fuentecillas bautismales y platos de banquete de oro macizo y plata repujada cuyo valor en pounds explica los estrictos controles y las vitrinas blindadas en donde se exhiben.
Pero lo más intimidante, sin duda, no es su costo monetario sino su valor simbólico.
Los reyes y las reinas siempre fueron seres "de otro mundo" elegidos por voluntad divina para ser ungidos en una abadía y concentrar en su persona y sus objetos el poder de un más allá inconmensurable. Dueños de la tierra y de la justicia, parte de las decisiones sobre la vida y la muerte( recuerden y si no lo han hecho, no dejen de ver la estremecedora The Crown) para muchos de ellos y ellas llevar semejante peso ha sido una maldición más que un privilegio. Ser enviados de Dios, desde luego, es una construcción; pero lo impresionante es el poder concentrado por siglos y siglos de tradiciones que parecen casi imposibles de desafiar a costa de la destrucción de un castillo de naipes.
Ese universo de magnificencia y esplendor sobrenatural es lo que guarda la Torre de Londres( incluído el registro de su viejo bestiario) en contraste con edificios modernos de cristal y acero en donde se gesta un mundo contemporáneo.
Llueve sobre el frío helado de la ciudad cuando salimos de la London Tower. Corremos por galerías y puentes que conservan el aire y las sombras del renacimiento y nos refugiamos en un barcito encantador a orillas del Támesis en donde beber cerveza y cenar a las seis de la tarde puesto que ya es noche cerrada. Quiero conocer el Globe, réplica del teatro en donde Shakespeare estrenó su obra completa y hacia allá vamos en una paliza de diagonales, calles serpenteantes y pequeños charcos sobre suelos empedrados mientras las visiones de antiguas tabernas de verde ( oscuro inglés, por supuesto) aparecen como oasis de calor en el aire de la noche húmeda que cala los huesos. Así y todo nos embarcamos en un bus de dos pisos( dos pisos tan limpios que se podría comer sobre ellos) y bajamos sobre la esquina del Globe para descubrir que las performances ya han terminado y hoy el teatro está cerrado.
Que garrón.
Llevo una pila de folletos y programas haciéndome con la programación tan completa como sea posible y aprendo que el Globe es un formidable edificio moderno en cuyo patio trasero se halla la réplica del original pero en donde hay otras salas donde disfrutar del teatro clásico en un formato muy clásico y muy moderno. Me prometo volver pronto porque éste es uno de mis objetivos de la visita a esta ciudad.
Cruzamos el bridge( mi compañero no se amedrenta ni por el frio ni por la lluvia persistente) y sobre el mismo que sondea el río oscurísmo el frío se siente, naturalmente, como la tormenta de las brujas de Macbeth. Del otro lado se alza la cúpula de Saint Paul Cathedral, monumento estremecedoramente bello en donde, como en todos los espacios públicos, hay que abrir mochilas y bolsos para ser revisados cuidadosamente.
Pero vale la pena.
La entrada a Saint Paul nos deja literalmente sin aliento. Tampoco es posible fotografiar nada ya que la vigilancia es estricta y una misa de Adviento se desarrolla en ese momento. Pero el coro sublime que se eleva sobre una cúpula que bien podría ser la de San Pedro en el Vaticano hace que uno sienta haber realmente entrado en terreno divino. En sus soberbias naves se acumulan en filas perfectas las tumbas de reyes, nobles y obispos, siguiendo la misma línea de los monumentos de Londres: bronce patinado en negro que dan unidad y carácter a las figuras venerables.
Saint Paul es el tramo final de este día helado y mientras decidimos como volver a Pimlico, retomamos fuerzas con un americano y un chocolate muy caliente en una cafetería adorable a pocas cuadras de la catedral que invita a quedarse en ella por horas. Salimos rápidamente apenas terminado el refrigerio hacia esos laberintos underground que merecen un posteo aparte y pronto llegamos al barrio en donde me espera una ducha muy caliente para apaciguar la pequeña aventura urbana.
Aclaro una cosa: titulé "días 03 a 08" y éste es apenas el número tres.
Ya lo sé. como diario es más bien un periódico.
Escribo esto casi como una memoria puesto que ya es la madrugada del 06 de enero y a las 11 debo comenzar a emprender la partida de regreso a Argentina.
Pero seguiré contando sobre ese intenso fin de semana porque el sábado siguiente nos espera Winter Wonderland y el Hyde Park.
Lo imperfecto en el recorrido de una ciudad hace que uno la viva tan intensamente como para sentirla propia.
Hemos caminado Londres, corrido para alcanzar el tube, subido a sus buses, tomado sus taxis, disfrutado sus cafés y restaurantes y yo ya me he deslumbrado con teatros y ofertas culturales. La visita a la Torre de Londres es un episodio particular: un viaje en el tiempo en donde ocurre esa raro deja vú con explicación que es haber estudiado la historia del arte y haber visto esos rincones en decenas de ficciones y documentales.
Mientras subimos y bajamos escaleras de piedra estrechas y penumbrosas que nos llevan de una a otra habitación que bien pudieron habitar los seres de Shakespeare, percibo una magia particular que los londinenses se ocupan de remarcar y explotar muy inteligentemente. Dentro de la torre no sólo se hallan los objetos y espacios recreados de los reyes que la habitaron sino escenas vivas que un grupo de actores recrea para que sepamos como era la vida en la alta edad media.
Y a medida que uno recorre senderos internos, patios empedrados y escaleritas curvas e interminables se repite como un tonto"ésto es un cuento de hadas!"; y sí: nos guste o no la herencia cultural que llevamos encima está sumamente influenciada por estas construcciones y cada rincón nos resulta evocativo de aquello que hemos visto recreado en cientos y cientos de formas ficcionales desde dibujos a locaciones cinematográficas. Y uno siente que ese universo de fantasía ó bien es real y choca contra esa realidad ó bien ha entrado en él y ya no desea salir.
La entrada al sector donde se guardan las joyas de la corona es impresionante. Lo es aún más por el hecho de que sea imposible que haya fotos ó registros de cualquier tipo. Está prohibido y los controles son extremos. De hecho, allí se guardan las coronas, los cetros, las espadas y los elementos bautismales y de las cenas oficiales de los reyes que han estado a la cabeza del Reino Unido desde principios del siglo XX y aún antes. En una exposición de diseño impecable donde cada detalle está cuidado y diseñado de modo interactivo( audios, videos y fotos) es posible recorrer la historia completa del siglo XX con la influencia de las dos grandes guerras( esa porción sobre la cual uno había aprendido tanto en la deliciosa Downton Abbey) y tener frente a sus ojos azorados a fuentecillas bautismales y platos de banquete de oro macizo y plata repujada cuyo valor en pounds explica los estrictos controles y las vitrinas blindadas en donde se exhiben.
Pero lo más intimidante, sin duda, no es su costo monetario sino su valor simbólico.
Los reyes y las reinas siempre fueron seres "de otro mundo" elegidos por voluntad divina para ser ungidos en una abadía y concentrar en su persona y sus objetos el poder de un más allá inconmensurable. Dueños de la tierra y de la justicia, parte de las decisiones sobre la vida y la muerte( recuerden y si no lo han hecho, no dejen de ver la estremecedora The Crown) para muchos de ellos y ellas llevar semejante peso ha sido una maldición más que un privilegio. Ser enviados de Dios, desde luego, es una construcción; pero lo impresionante es el poder concentrado por siglos y siglos de tradiciones que parecen casi imposibles de desafiar a costa de la destrucción de un castillo de naipes.
Ese universo de magnificencia y esplendor sobrenatural es lo que guarda la Torre de Londres( incluído el registro de su viejo bestiario) en contraste con edificios modernos de cristal y acero en donde se gesta un mundo contemporáneo.
Llueve sobre el frío helado de la ciudad cuando salimos de la London Tower. Corremos por galerías y puentes que conservan el aire y las sombras del renacimiento y nos refugiamos en un barcito encantador a orillas del Támesis en donde beber cerveza y cenar a las seis de la tarde puesto que ya es noche cerrada. Quiero conocer el Globe, réplica del teatro en donde Shakespeare estrenó su obra completa y hacia allá vamos en una paliza de diagonales, calles serpenteantes y pequeños charcos sobre suelos empedrados mientras las visiones de antiguas tabernas de verde ( oscuro inglés, por supuesto) aparecen como oasis de calor en el aire de la noche húmeda que cala los huesos. Así y todo nos embarcamos en un bus de dos pisos( dos pisos tan limpios que se podría comer sobre ellos) y bajamos sobre la esquina del Globe para descubrir que las performances ya han terminado y hoy el teatro está cerrado.
Que garrón.
Llevo una pila de folletos y programas haciéndome con la programación tan completa como sea posible y aprendo que el Globe es un formidable edificio moderno en cuyo patio trasero se halla la réplica del original pero en donde hay otras salas donde disfrutar del teatro clásico en un formato muy clásico y muy moderno. Me prometo volver pronto porque éste es uno de mis objetivos de la visita a esta ciudad.
Cruzamos el bridge( mi compañero no se amedrenta ni por el frio ni por la lluvia persistente) y sobre el mismo que sondea el río oscurísmo el frío se siente, naturalmente, como la tormenta de las brujas de Macbeth. Del otro lado se alza la cúpula de Saint Paul Cathedral, monumento estremecedoramente bello en donde, como en todos los espacios públicos, hay que abrir mochilas y bolsos para ser revisados cuidadosamente.
Pero vale la pena.
La entrada a Saint Paul nos deja literalmente sin aliento. Tampoco es posible fotografiar nada ya que la vigilancia es estricta y una misa de Adviento se desarrolla en ese momento. Pero el coro sublime que se eleva sobre una cúpula que bien podría ser la de San Pedro en el Vaticano hace que uno sienta haber realmente entrado en terreno divino. En sus soberbias naves se acumulan en filas perfectas las tumbas de reyes, nobles y obispos, siguiendo la misma línea de los monumentos de Londres: bronce patinado en negro que dan unidad y carácter a las figuras venerables.
Saint Paul es el tramo final de este día helado y mientras decidimos como volver a Pimlico, retomamos fuerzas con un americano y un chocolate muy caliente en una cafetería adorable a pocas cuadras de la catedral que invita a quedarse en ella por horas. Salimos rápidamente apenas terminado el refrigerio hacia esos laberintos underground que merecen un posteo aparte y pronto llegamos al barrio en donde me espera una ducha muy caliente para apaciguar la pequeña aventura urbana.
Aclaro una cosa: titulé "días 03 a 08" y éste es apenas el número tres.
Ya lo sé. como diario es más bien un periódico.
Escribo esto casi como una memoria puesto que ya es la madrugada del 06 de enero y a las 11 debo comenzar a emprender la partida de regreso a Argentina.
Pero seguiré contando sobre ese intenso fin de semana porque el sábado siguiente nos espera Winter Wonderland y el Hyde Park.
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