No era una època fàcil. Cumplir doce años en una situaciòn familiar de complejas oscuridades significaba entrar en un par de laberintos cruzados y tenebrosos en los cuales las dudas, las crisis y los temores estaban multiplicados. Hay quienes sostienen que la niñez es una etapa de inmensa soledad; ni hablar de lo que la pubertad significa especialmente si las circunstancias propician una introversiòn inesperada. Quizà haya sido esa uno de los motivos por los cuales la soledad de Elliot( en el seno de una familia deshecha por un padre ausente) y de E.T.( sin lugar a dudas, un niño bajo formas desconocidas para nosotros) haya calado tan hondo en mì cuando vì esta fàbula moderna de maravillas ocultas en el bosque y en la noche creando una nueva dinàmica- contemporànea- del cuento fantàstico.
Treinta y cuatro años màs tarde vuelvo a verla y percibo la memoria y el presente de aquellas mismas emociones; tamizadas, desde luego, por la experiencia, la formaciòn y esa cuota de desencanto que conlleva el anàlisis desde el intelecto; pero pese a todo, sigo vivenciando aquellas profundas impresiones de la primera vez: la geografìa brumosa de la foresta y del suburbio, el contraluz inquietante de Elliot en el patio y de los ominosos hombres de los servicios secretos cuyo rostro jamàs se revela, los sugerentes travellings narrando espacios imprecisos, el arte de cada escena mostrando esos interiores barrocos con la luz colàndose en haces por las persianas siempre entreabiertas.La mezcla emocional del miedo a lo monstruoso en la pantalla y la expectativa (de querer descubrir màs )que me llevaba a tener la mirada fija y el cuerpo inquieto a medida que la mùsica de John Williams atrapaba de las narices hacia el universo a tres millones de años luz lejos de casa con tanto terror como seducciòn queriendo revelar el misterio de un puñado de confites.
La horrible criatura se volvìa bella a los ojos inocentes del niño eterno que se volvìa gigante en su osadìa, los hombres aplomados y severos se volvìan monstruosos en sus trajes asèpticos y sus escafandras aparatosas en la encerrona a la casita solitaria para generar su laboratorio de torturas. Las làgrimas eran reales ante la pèrdida, la sonrisa estùpida ante las resurrecciones y en todas las situaciones el corazòn latìa fuertemente ante la perspectiva de necesitar la partida: ¿hacia donde? Sin lugar a dudas, hacia mundo que suponìamos mejor.
La ciencia ficciòn suele jugar con estas visiones utòpicas de mundos estimados y de mundos inhòspitos en donde se cuestionan prejuicios, temores y dudas. Este mundo propuesto por E.T. es ese universo de adultos que no comprenden a los niños( como no los comprendian en el mundo de "El Principito") y tambièn de niños que no se comprenden a sì mismos. Yo tampoco me comprendìa a mi mismo en aquel entonces(¿como pedirme semejante cosa en ese instante?) y encontrar la ìntima historia de ET en la bruma tibia de sus mañanas suburbanas era como el susurro con un amigo ( que entonces no tenìa) debajo de la cama donde confesarse una travesura.
Por estos dias veo una serie alemana en la que se especula con el "eterno retorno" nietzschiano, la circularidad del tiempo y los agujeros de gusano a través de los cuales podemos ir y volver en él. ¿Coincidencia? porque esta serie ( DARK, producción original de Netflix, no dejen de verla) también elige el suburbio, el bosque y las noches brumosas para llevarnos hacia lo inexplicable. Porque vuelve siempre a los ochenta en donde E.T. deslumbraba y porque la otra conmocionante STRANGER THINGS también rinde homenaje a estas extrañezas que nos llevan siempre a un viaje en nuestro tiempo personal.
Si no le encuentran sentido a este posteo, no me extraña ni me ofenderé. Comencé a escribirlo hace cerca de un año y luego lo olvidé en borradores. Como cada tanto el eterno retorno a este blog me sirve de pequeño refugio personal creo que he necesitado( noten, 34...un poco más de los 33 años, período en que se repite la historia según aquellas teorías) volver a ser un niño timorato de 13 años para no perder algo de lo bueno que aquellos miedos guardaban. Curioso¿no?( a mi terapeuta le gusta esto): siempre tenemos una connotación negativa del miedo pero parece que esos miedos adolescentes iban acompañados de su contracara: una luminosa sensación de esperanza que me hacía respirar profundamente y tener la certeza de que el futuro sería mejor.
Sin dudas, ha sido mejor.
Hoy soy otro.
Pero el miedo¿ está?
Sí. Sigue ahí. Sólo que de otra manera.
La esperanza luminosa¿sigue ahí?
Si...pero por momentos se desvanece y es reemplazada por ese "nopasarnada"que asusta peor que un monstruo entre los maizales.
Entonces la sombra del miedo y la luz cegadora crean esos contraluces que nos deslumbran y recortan siluetas fantasmales, nos invitan a entrar en laberintos brumosos, en cuevas ventosas y a atravesar el horror para descubrir que estamos vivos.
Ahí están los bellos e inquietantes contraluces de Spielberg.
Y el deseo, por más que lo asociemos al temor, de encontrarnos, de repente, a tres millones de años luz lejos de casa.
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