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EL DOLOR. EL RITUAL.



No fotos.

Lo pensé, pero no.

No golpes bajos de imágenes que nos hagan brotar lágrimas melodramáticas.

No estoy siendo melodramático, yo, justamente yo, que amo el género, que soy sentimental.

Pero no.

Las personas tenemos una relación muy personal con el dolor. MUY personal.

Cuando era más joven lloraba a mares por todo.

Un llanto de niño, un llanto de capricho, de decepción, de reproche.

Hoy hay algo entre la indiferencia y la furia que caracteriza mis momentos de extremo dolor.
Un no poder entender por qué la vida tiene recodos tan oscuros cuando su carretera suele ser despejada, luminosa y llena de risas.

Así es la tragedia griega: en lo alto de la vida de un ser humano que va asumiendo poder, gloria y felicidad, la peripecia cambia su suerte en desgracia o su desgracia en suerte.
En marzo del 2016 avizoraba un año de novelas, publicaciones y viajes.Muchos viajes. El 6 de marzo aquella perrita adorable a quien llamamos Maura por su negrísimo pelaje enfermó de modo cruel e impostergable. A los dos dias, había muerto. Lloré hasta quedarme ciego. La enterramos en un rincón del jardín en donde florecieron colores y verdes como nunca.

Bruna, su hermana, quedaba en su lugar como una compañía de momentos de soledad y como la alegría siempre renovada de esos seres que viven haciendo travesuras.

Bruna llenó domingos de mis visitas y los días en que mi madre se sintió amiga de esa rebelde peluda y con una barba canosa que podía mantener con ella diálogos intensos de miradas y gestos.
Sí, esa Bruna, la que en años anteriores me fastidiaba tanto con su ruido y su hipekinesia me habia conquistado definitivamente.

Sabía que sus catorce años de edad nos pasarían factura en cualquier momento. Pero no sabíamos que la naturaleza ó el universo podían conspirar con giros tan repentinos sobre el cuerpo de un animalito vital y lleno de luz.

Hace tres días Bruna tuvo dos desvanecimientos. Tan pronto como ocurrieron fue a parar a la internación correspondiente y los números de laboratorio fueron terminantes y oscuros.

Ayer enterramos a Bruna.

No pude llorar.

Sentí y siento bronca y desolación.

Pero creo en los rituales. Cavé un pozo junto al lugar donde reposa Maura y sentí que la tierra es un lugar amigable para hacernos parte de ella. Frente a la casa de mi madre, unos brutos asesinaban un pino de muchos años para no dañar los pisos de una iglesia. Creí que era una suerte de diálogo grotesco y paradójico: mientras yo lloraba por dentro y mamá lloraba en cada rincón por la ausencia de Bruna, unos tipos sin escrúpulos ni corazón mataban a un árbol para alegrar la decisión de uno de esos déspotas vestidos de misericordia que se adjudican la paternidad de varias ovejas. Había que convertir el asesinato en vida: tomé las ramas del pino muerto, las quebré para que pudieran entrar en la cavidad, armé un colchón de hojas de pino al fondo de ese pozo donde Bruna descansaría. La magia dice que las hojas de pino son sanadoras y limpian las malas energías. No sé bien que dicen del olivo pero-otra paradoja- tomé esos olivos bendecidos y secos( espero estuvieran bendecidos por la sabiduría ancestral y no por el poder vaticano) y los quemé sobre ese colchón verde para que su aroma terminara de limpiar, bendecir y sanar. 

Envolvimos a Bruna en una sábana limpia y digna donde solía dormir. La enterramos en su misma casa.

Olvidé encender velas. Solía hacerlo en otro tiempo.

Mi terapeuta me hizo entender que soy ritualista. Es verdad, lo soy para todo. No creo en la religión judeocristiana ni en las derivadas de ella. Pero creo en la magia y en la espiritualidad. Creo en el ser humano y en los extraterrestres. Creo en nuestro propio poder no deudor de dioses sádicos y castigadores. Y creo en que los animales que viven con nosotros son parte de nuestra familia, que cuando mueren se nos ha muerto un hermano, un amigo o un padre y que las lágrimas que derramamos por ellos son tan válidas como las que volcamos por aquellos que tienen cédula de identidad. 

Quiero proscribir la palabra "mascota"

Es insultante.

Maura y Bruna no son ni fueron "mascotas": fueron seres que dieron alegría a mi madre en cada momento de su día y de su año, a las que defendió, protegió y se ocupó antes que de sí misma. Abba tampoco fue la "mascota" de mi tía Mireya: fue una conexión con la vida que pudo sostenerla mientras se apagaba la vida de otro miembro humano de nuestra familia.

Insólitamente, ayer alguien me dió un "pésame" extraño vía Facebook: "Uy que dolor...¡encima no sabés que hacer con los restos!"

A la pobre inconsciente que me dijo tal cosa, le respondí en su momento y amplié mi respuesta con este posteo.

Yo supe bien que hacer con los "restos": darle la dignidad que requería nuestro vínculo, creer en su espiritualidad y en su permanencia, agradecerle los años de amor incondicional.

Otra persona dias antes me dijo con tono de "broma": "¡Ehhh, sacrificá esa perra y dejate de joder con ese problema!"

Sepan disculparme: no estoy en edad de bancarme groserías y estupideces de ese nivel.

Mi dolor, bajo la forma de la bronca y de las lágrimas, no admite más guarradas de esta naturaleza.

Por eso mi ritual, por eso mi silencio.

Orgulloso de resucitar ese pino a mi modo, orgulloso de mi ingenuidad adulta de quemar hierbas y bendecir a nuestras Maura-Brunas que han partido a otro plano.

Orgulloso de recitar, una y otra vez cada vez con mayor convicción: "CUANTO MÁS CONOZCO A LOS HOMBRES, MÁS QUIERO A MI PERRO"


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