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PAPELES

Llegan los ùltimos dìas del año y uno necesita el ritual de siempre.

Limpiar.

Los viejos papeles acumulados durante años y meses se me aparecen como una suerte de monstruo que de pronto cobra vida y se desliza amenazando devorarme. Lo sè, son las viejas energìas de los objetos que guardan una historia, unos fantasmas que nos recuerdan cosas buenas y desdichadas, una especie de respiraciòn del pasado que huele extrañamente y que nos conecta con una imagen sepia, llena de poros, como esas pelìculas viejas habitadas por espectros.

Y claro, los papeles que ya no son ùtiles deben irse.

Tengo un especial cariño por el papel. Nacì en una època en que las pantallas eran sòlo las del cine y la televisiòn y no era posible escribir en ellas. No habìa telèfonos celulares( en mi infancia ni siquiera habia telèfono fijo) y como hijo de docentes desarrollè una particular aficiòn por las hojas de papel, las carpetas, las etiquetas y todos los artilugios "de librerìa" en los que pasaba horas dibujando, escribiendo diàlogos de historietas y recreando pelìculas que habìa visto. La pantalla limpia,"infalible" y capaz de dibujar esas maravillas estètico-lingûisticas que son las fuentes tipogràficas reemplazò momentàneamente al papel con su seducciòn de la virtualidad, lo liviano y lo efìmero.

Pero el primer amor, dicen, nunca se olvida.

Y esos papeles siguen estando presentes porque, simplemente, los necesito. Una afirmaciòn cientìfica sostiene que lo que se escribe a mano produce una poderosa conexiòn cerebral que no ocurre de igual modo con el teclado. Que leer sobre papel es diferente y aùn màs enriquecedor que hacerlo en la pantalla. Yo, simplemente, no puedo leer una novela en la pantalla: me distrae la sobre informaciòn, el inquieto mouse que me invita a evadirme por cualquier lado. No. Como no puedo ver una pelìcula en la pantalla de la computadora: debe ser en la pantalla del televisor o del cine. Me resisto a que ciertos hàbitos se pierdan o transformen. Me permito estar en medio de esas dos generaciones de nativos digitales y de los otros que adoptamos la tecnologìa a los 30 años y amamos tanto el crujir oloroso del papel y la tinta como el rum rum seductor del teclado y la pantalla que-todo-lo-provee. Y al momento de escribir, mis ideas necesitan del papel. Desde hacer dibujos mientras hablo por telèfono hasta anotarlo todo obsesivamente en un curso, en una reuniòn, en una discusiòn. Necesito VERLO y sentirlo. Necesito el papel el blanco para elaborar un pensamiento y un papel impreso( desde un ensayo sublime hasta el resumen de la tarjeta de crèdito) para poder intervenirlo, rayarlo, anotarlo, romperlo y hacer mi hipertexto primitivo en las hojas de diverso color, formato, textura...

Viva el papel.

Algunas personas no entienden mi obsesiva conservaciòn de ellos. Pero me resulta necesario por razones pràcticas y por otras aùn màs elevadas. Es que al momento de eliminarlos ocurre un rico proceso personal que me resulta ritual a esta altura del año.

Revolvì papeles entre el ùltimo dìa del año y el primero de este. Y me reencontrè con fotos, con palabras, con textos teòricos, con tarjetas, cosas que creìa perdidas y que estaban valiosamente guardadas en un lugar inaccesible de la memoria. Encontrè recuerdos de afectos, viejos nùmeros de telèfono, ideas para crear, bocetos, personajes...encontrè y encontrè y tambièn encontrè la necesidad y la decisiòn de tirar y soltar todo aquello que invadìa un espacio. Hora de darle la bienvenida a lo nuevo. Y algo màs( y muy apasionante) : darle la bienvenida a lo viejo bajo nuevas formas; formas revisadas, crìticas y frescas que permitan visionar aquello de un modo enteramente nuevo.

El TOC de ordenarlo todo no es una patologìa; en mi caso es un momento de diversiòn, de reconexiòn conmigo y de un "pasar en limpio" muchos planes. Para un escritor todo es motivo de curiosidad. Y si esos papeles esconden restos de historias aùn no dichas, benditos sean. Como un "cadàver exquisito"no buscado se convierten en un monstruo que resucita. Pero que tiene la belleza y la hondura de la criatura del Dr. Frankenstein.

Luego de arrojar papeles impresos, facturas caducas, contratos vencidos, tickets efìmeros encuentro mi otro tesoro( miren con que poco soy muy feliz): hojas con un lado en blanco.

¿Economìa de guerra?¿Avaricia? No. Esas hojas en blanco que alguna vez fueron funcionales y hoy estàn yacentes en el fondo de una caja son una invitaciòn a una segunda oportunidad. ¿Ecologìa? Puede ser. Me gusta el reciclado pero porque tambièn me permite, de algùn modo, aprender sobre los errores y construir sobre las ruinas. Y bien¿en que se convierten esas hojas con un lado en blanco?

Borradores.

Hojas que van a parar a la carpeta de tal obra de teatro, o a la otra caja con los borradores de una novela, o a esos folios donde guardo textos, fotos, dibujos y todo lo que alimente a cada historia. Las voy ordenando allì donde hagan falta y me obligo a dejar que esas pàginas en blanco no sean aterradoras sino desafiantes( "llename, dale, a ver, animate a colmarme de palabras" parecen decir) Y entonces sè que las 50, 35 ò 21 hojas en blanco que agreguè a tal o cual borrador me estàn invitando a superar lo hecho y a darle un giro a cada historia que me sorprende hasta que los personajes comienzan a susurrarme al oìdo sus propias palabras. No se trata de una costumbre acumuladora, no. Se trata de hacer que esas hojas en blanco, ya liberadas de la piel muerta( esos otros papeles asfixiantes) resuciten como un monstruo que, igual que el dragòn Fujur con Atreyu en "La historia sin fin" me lleve volando por rutas no exploradas.

Los cuadernos, los papeles, los bolìgrafos...un amor que se lleva muy bien con las pantallas. Y ambas conforman un peculiar, pequeño y a veces incomprensible universo de la felicidad. Marche otra taza de cafè. Y damos vuelta la pàgina para seguir escribiendo.

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