Fotografía de Carolina Lorio
Un final. Un aplauso. Un cierre.
En una noche fría con el camino que vislumbra el campo.
En aquella noche de julio, nuestra muñeca recorrió su camino final. Volvió a casa. Al menos a una de sus casas, la de una de sus madres que la vió nacer.
Los finales son extraños. Tienen algo de alivio, algo de nostalgia y umucho de satisfacción por el "deber" cumplido.
¿Deber con quién? Con el arte, con el equipo, con uno mismo. El teatro es pasión, alegría y disfrute; pero también es deber, es profesionalismo y es rigor. Cada función es un nuevo aprendizaje para hacer con la máxima de "cabeza fría y corazón caliente".
"La Bámbola" fue para mí un espacio intenso de aprendizaje, de disfrute, de satisfacción y de terrores. Sí. Ninguna obra es inocente. En eso consiste la famosa katharsis griega. Encontrarse con los personajes- desde quien expecta y desde quien los juega- es un doble juego de fascinación y de incomodidad. Y esta incomodidad de ser Hans( ya lo he comentado en otro post) fue desde el extremo disfrute al extremo terror y vuelta a empezar.
Hans es un hombrecito gris. Casi un "coro unipersonal" de esta tragedia de principio de siglo XX. Pero no puede estar ajenno a este mundo de risas en la oscuridad, de lemoncellos que saben a filtro de amor, de sospechosos árboles del Bien y del Mal ( bien podríamos sospechar que el demonio se esconde en esa casa llena de susurros fantasmales) y disfruta de su inocente ceguera y sufre su violento despertar a una realidad que se repetirá hasta el infinito.
Gustavo es un actor. Debe tomar distancia. Saber que el personaje es una construcción, una composición de texto, gestos, cuerpo y vestuarios. Toma distancia. Pero con el transcurrir de las funciones encuentra algo familiar en esa muñeca temerosa, arrojada a un abismo de lino donde el mar apenas es una figuración pero nunca una realidad. Y Gustavo se encuentra con ese fantasma propio que le muestra a su propio yo transitando esos caminos oscuros y esos mares anhelados que prometen ciudades blancas. Y pronto debe convivir entre su placer artístico y su empatía trágica que lo obliga a mirar hacia atrás y hacia dentro suyo.
Y finalmente, un aplauso rompe ese ensueño y le dice que todo ha sido una lección. Una lección para la vida y una master class para el teatro. Que ha aprendido enormemente de esas autoras reinventando la tragedia clásica y aquel mito aterrador y policial. De la dirección precisa y al mismo tiempo tumultuosa y rica de una dupla de co-directores con los cuales se trabaja en serio y se divierte uno con furia. De la cooperación creativa, asombrada y cálida del equipo de vestuario y diseño de sonido. Y de esos compañeros de elenco que han transitado este camino umbrío de la casa de campo llevando velas, estrellitas, risas y cantos con el eternamente renovado placer del reencuentro.
Y es mío el agradecimiento a las personas que me invitaron, a aquellos espectadores que valoraron mi trabajo, a quienes lo criticaron para hacerlo crecer, a mi madre por haberme animado a hacer esta obra y a esas máscaras del teatro por permitirme siempre reír y llorar para aceptarme como soy, a veces gris como el Hans del ensueño y a veces furiosamente lúcido como el Hans del despertar.
"LA BÁMBOLA" de María Rosa Pfeiffer y Patricia Suárez
Dirección y puesta en escena: Rubén Von Der Thusen y Selma López.
Diseño sonoro de Juan Candioti
Asistencia técnica de Gustavo "Tuti" Núñez.
Producción de Nelda González ( Fiora) y Celina Vigetti( Isolda)
Fausto: Claudio Paz.
Vestuario: Facundo Ternavasio, Verónica Bucci y Luciana Brunetti.
Gustavo, leía y recordaba este camino que tuve el gusto de recorrer con vos.
ResponderBorrarComo fue creciendo tu pequeño Hans, tus temores y satisfacciones.
Cuanto aprendimos con esta obra maravillosa!!!!! desde sus autoras hasta el gran equipo que formamos.