Un día gris,una llovizna, una guitarra que suena.
Nunca he pensado los días grises como un sinónimo de tristeza ó pesimismo. Especialmente los del verano. No sólo porque son el contraste curioso del agobio estival sino porque su anomalía me resulta inspiradora. Algo así como un espacio posible para esconder secretos, para contarlos en medio de risas susurradas y almohadones.
Como percibe cada uno es una cuestión inexplicable. Por ello el arte es la respuesta, o la vía para explicar lo imposible.
Sensaciones que se pierden en una bruma fugaz, en un instante en que miramos de reojo y vemos escabullirse un trasgo por el jardín.
Y ese jardín, que no tengo, se me figura en la llovizna, en la música y en su vibración. Elemento de sanación, la música de la siesta aparece como una caricia permisiva en medio de la agenda del día. La hora de la siesta nunca se me ha aparecido tampoco como el momento para dormir sino mas bien como - manteniendo vivo al niño interior- el espacio para ser libre; mientras los adultos duermen, tengo el tiempo para encontrarme con lo que quiero.
Una película, una melodía, un libro, un dibujo, un sitio, un ...
Un...
Un montón de palabras que se extienden por el paño blanco del papel o la pantalla, un montón de sensaciones que pueden aparecer tan fugaces que da pena no seguirlas porque pueden llevarnos a un mundo desconocido como el conejo de Alicia.
Y entonces la siesta es un espacio en donde puedo hacer que lluevan mis palabras- aunque no necesite permisos de adultos (que yo también soy!¡Quien lo hubiera pensado!) y es el espacio en donde el tiempo rige con el mirar el reloj, comprobar la lentitud de su marcha y decirse "Aún tengo mucho tiempo!" como si el final de la siesta marcara el final de los permisos maravillosos.
Abro la puerta. Un paisaje de tela y color envuelto en nubarrones grises me regala un aire fresco. Un reloj que dejo abandonado marca sus horas sin que me entere para saber que la siesta es el espacio eterno. Una agenda aún me da permiso para ordenar mis pensamientos. Y un teléfono a mi lado me invita a hacer llamadas tranquilamente ahora que estoy despierto, ahora que no necesito la urgencia de las ocho de la mañana para "cumplir las tareas" que la mañana normativizante parece imponer.
Ahora a la siesta soy libre y puedo hacer esas llamadas que debía.
Pero...nadie atiende. Ah, es la siesta.
Aún entonces, tengo tiempo de seguir en mi mundo donde todo está permitido.
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