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Jugar en el jardín.

Cada tanto suele haber revelaciones.
Uno flaquea, entra en la vorágine de la rutina, los ensayos lo colman, los tiempos son tiranos( frase hecha pero real), las cosas no salen como uno las esperaba.
Cada tanto suele haber revelaciones.
Uno se cansa, se pregunta¿para qué?, se cansa y supone que todo está desangelado.
Pero como decía, cada tanto...
Al encanto de una siesta fría de noviembre le agregamos un cuento mágico con algo de tragedia y mucho de poesía. Un manto de nieve y flores blancas cubre un espacio de caja negra y nos lleva a una Rusia aristocrática y decadente. Un jardín de cerezos nos envuelve en perfumes y sonidos. Un tren que llega y parte( esos animales mecánicos a los que los dramaturgos y poetas recurren tantas veces y siempre funciona porque son metáforas de nuestra propia vida y nuestra propia muerte) y una casa como un personaje más, un personaje mudo, agonizante.
No veo la casa. La casa no está.
Pero veo la casa. La casa sí está.
La mirada embrujada de los actores y el juego infantil deliberado y desconcertante nos hace presente la casa. La casa de puertas chirriantes y ventanales frágiles, de servilletas bordadas y mobiliarios sensuales, de cortinados pesados y de esa habitación de los niños desde donde aparecen todas las licencias para todas las fantasías.
"Los hombres no somos conscientes de nuestra propia muerte" me decía alguien hace un tiempo. Tampoco ellos son conscientes. Y la muerte acelera su llegada y acecha por cada rincón de esa casa invisible/tangible.
¡Como se ve esa casa!
Tintinean sus arañas de caireles rosados, sus oscuras galerías, sus alfombras disimuladamente raídas. La casa en cuestión es magnífica pero sus días de gloria se han terminado. Y jugar a que todo sigue igual es la única forma de no sucumbir al horror de su agonía.
Y el juego infantil deja de darnos risa para comenzar a estremecernos. Y el desconcierto cobra sentido.
Al igual que el Cascanueces, todo es una fábula de navidad en donde la ilusión sólo dura una noche.
Y entonces la música de Tchaikovsky, el drama agridulce de Chéjov y los guiños al público del 2012 toman forma y sabor de la mano de un chéf de teatro que se atreve a escribir jugando y a jugar dirigiendo. Y veo a esos actores ( amigos, maestros, compañeros, directores) que dejan de ser quienes son para ser esos otros que también son , tan tangibles y tan etéreos como esos juguetes mecánicos que no quieren ser lo que están obligados a ser.
Y en 90 minutos de función de la maravillosa EL JARDÍN DE LOS CEREZOS aprendo sobre historia del teatro, sobre el poder de sus signos, sobre la capacidad del espectador para envolverse y conmoverse, sobre el valor intrínseco de un texto dramático que va mucho más allá de sus cuestiones formales. Va hacia el terreno de lo salvajemente humano. Y nos pone de frente a nosotros.
Pero también está la emoción. Y no es sólo la emoción de Kostia y Liubóv luchando impotentes por no perder su jardín ni su historia sino la emoción de comprender que todo el universo se sintetiza en cuatro actores y un banco de madera, en una decena de luces y en un exquisito cuadro hecho de vestuarios níveos, de frío y de flores blancas. Y comprendo que ese juego es el que yo también quiero jugar y vuelvo a admirar a los trágicos griegos, a Shakespeare y sus contemporáneos, a Chéjov y a Lorca y a entender que todo tiene que ver con todo y que hay tanto por aprender que no puedo esperar para sumergirme en una pila de libros, espectáculos y cine para comprender y crecer.
Siempre se me ocurre agradecer cuando me pasan estas cosas. Pero ahora se me ocurre que debería usar otras palabras. O ninguna. O muchas. La admiración y la alegría ocurren pocas veces de esta manera y entonces es mejor tratar de traducirlas de una manera sensible. Y saber que , gracias a EL JARDÍN...- como hace algunos meses gracias a otra maravillosa experiencia- hoy tengo muchas más ganas de seguir creciendo, de merecer ese aplauso y de sentir el placer de contener el universo en 90 minutos de juego.
Que, al fin y al cabo, del juego venimos y al juego vamos.
A mis queridos compañeros, amigos, maestros, directores...sigan disfrutando de corretear en ese jardín.Los abrazo.

El Jardìn de los Cerezos en Facebook

Comentarios

  1. Hace años, cuando mi Hermano comenzó en esto de VIVIR SUS PASIÓN - ser Teatrista- recuerdo que cada vez que él actuaba o dirigía, sentía a la Crítica como una crítica que inducía al potencial y virgen espectador a "ver" lo que "vería" tal como había sido criticado. Eran tiempos duros. Edgardo recién empezaba. Tenía 19, quizá 20 jóvenes años. Y ni él ni yo (ni ninguno de los que conformaban su grupo de entonces), podíamos entender por qué una pluma "especializada" podía llegar a desgajar en pedazos o desmenuzar en poesía, una obra de teatro que había llevado tanto esfuerzo, tiempo, sangre, sudor, lágrimas.
    Pasaron los años. Y me Hermano se fue a "la gran ciudad".
    Nunca entendí muy bien qué ocurrió Allí (NO Qué LE acurrió Allí, porque mi hermano sigue siendo el mismo, aunque más morrudo quizá). Digo, nunca supe. Ni sabré. Pero se produjo la Magia.
    Y muchos comenzaron a VERLO.
    Podrán decirme que cosechó experiencia, que "aprehendió", que Vivió otros Aires. Podrán...
    Yo querría saber qué pasaría si Edgardo montara, nuevamente, aquí, una de sus primeras Obras. Como "Génesis y Apocalipsis..." o tantas.
    Gracias por las palabras salidas de tu Alma, Gustavo Palacios Pilo. GRacias por VER, más allá. Por hacer de tu "impresión" un texto tan bellamente poético.
    Quizá esto ocurre cuando el ARTE llega al Alma y no sólo la roza.
    Más allá de mi conmoción y de la de mi familia toda (nuestros padres son ya grandes), esperé años para leer estas palabras. No una simple "crítica". Una Impresión hecha poesía.

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