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NINE


Anoche ví NINE: el musical de Broadway llevado al cine de la mano del mismo director de CHICAGO con una puesta deslumbrante y un elenco multiestelar. Pero mas allá de eso, de la belleza de sus imágenes y sus cautivantes coreografías me he visto identificado con su protagonista, Guido Contini, un director de cine en medio de una tremenda crisis creativa entre el refugio de su madre, la pasión por sus muchos amores y la deuda de un argumento para su próxima producción. El niño que nunca se fue acecha la vida de Guido, considerado un genio por la crítica y el público y un fracasado por sí mismo. Guido no sabe que contar, no sabe que decir en su próxima película.Lo acechan cientos de fantasmas y no puede ordenar su vida emocional. Y tras su caída impostergable su obra termina contando su propia historia.
Y recuerdo a Tréplev en La Gaviota y su desesperación por buscar nuevos lenguajes. Y su amor por Nina. Y el hostigamiento de su madre y sus fantasmas de la página en blanco.
Y salvando las distancias, me veo semejante, sin creerme un genio ni mucho menos, buscando ansiosamente las imágenes y los sonidos que me permitan crear lo que necesito crear en medio de las demandas y los compromisos.
Y la necesidad de encontrarse a uno mismo a partir de la creación.
Guido termina contando una historia acerca de un hombre que busca recuperar el amor de su esposa. Tréplev concluye que no se trata de encontrar un nuevo lenguaje sino de escribir acerca de aquello que uno conoce y quiere. Y yo escribiré sobre aquello que conozco y siento y de la manera en que conozco y siento sin pretender la genialidad ni la novedad sino simplemente, la sinceridad.
Base de toda creación, no puede uno engañarse a uno mismo en la creación. Y por mas que algunos trabajos exijan ciertas renuncias, la marca de uno ha de estar ahi. Bisagras que hacen que uno crezca o se derrumbe. Pero para resurgir mas tarde o mas temprano.

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